21/6/09

Sobre la soledad

Uno de los momentos de más intensidad de la vida es la soledad. La soledad te acoge, te envuelve, te penetra como un sudario, te aísla. A veces te enloquece, otras te suaviza. Pero la soledad, si sabes estar en ella, te permite, por otra parte, entrar en la parte más profunda de tu yo, de tu alma. Permite diseccionarte, sacarte fuera. Para ello hay que tener valor y voluntad, porque, si quieres, y es lo que se debe hacer, desentierra los fantasmas más profundos, lo que no se quiere ver, lo que necesita ser visto, mostrando lo oculto. Se necesita ser fuerte para aceptar el reto y quererlo hacer. Se necesita profundidad para ello, para analizar el alma y plantearte el reto de eliminar los caminos erróneos, erradicar las decisiones fáciles, los actos simples y desacertados, los no pensados, el valorar sólo lo negativo del pasado y de las personas y no lo positivo, las actitudes dañinas, los egoísmos lamentables, la capacidad de empatía. Se necesita valor y voluntad para entrar en lo profundo, abrir la carne y diseccionar, extirpar, sacar al aire y demostrarte que se es capaz de desenterrar, eliminar y modificar, aprendiendo de los errores y de los problemas para seguir creciendo y mejorar, para ser y vivir como se debe.

La soledad enseña a vivir el dolor sin que nos bloqueemos, pero hay que interiorizar y controlar el dolor, sabiéndolo parte inherente de la vida, aprendiendo a no tenerlo y a no mantenernos al margen del sufrimiento como si de una incapacidad se tratara. Podemos superarlo, modificarlo, ayudar y ayudarnos para superar y mejorar.

La soledad enseña, y lo hace de una forma brutal. Pero merece la pena entrar en ella. Ser tú mismo, aprenderte y aprehenderte, conocerte y avanzar. La soledad es, a veces, un buen sitio para estar. A veces, en ocasiones. Y te sacará la luz, con dolor y esfuerzo, pero lo hará y te enseñará. A partir de ahí la vida se abre de para en par. Todo es cuestión de saber estar, de saber dejarse llevar, que no ir (lo fácil y que hace la mayoría). Sabremos, entonces, qué, cómo, cuándo y con quién. Sabremos si sabemos mirar, tanto dentro como fuera de uno, como en la vida, como en los demás. Sabremos quién merece la pena y quién no, quién te regala el alma y quién no, quién se entrega y quién no, quién te abre la puerta a todo y quién no, quién trata de hacer lo posible y lo imposible por hacerte feliz y quién no, quien intenta cambiar, aprender y mejorar y quién no, quién te abre los sentidos y quién no. Porque si nos conocemos estaremos preparados para conocer a los demás. Sabremos qué merece la pena y qué no. Sabremos, en general, o estaremos preparados para saber, para aprender a saber. Porque cuando te sabes, eres. Entonces vives la vida. Son pocos los que saben hacerlo, o quieren hacerlo, no ya vivir la vida, que también, sino saberse. No sólo los que se conocen sino los que quieren conocerse. Hay que desterrar los miedos y entrar dentro, profundo y lento, para renacer, después, siendo mejor y sabiendo quién y cómo eres, listo para cambiar y mejorar, sabiendo. El resto vendrá por añadidura. O así debería ser. En cualquier forma no es mal premio renacer sabiéndote para no cometer los mismos errores del pasado. Pero incluso en los que lo quieren, hay veces que se tiene miedo a sentir con total intensidad, miedo al dolor, al precio a pagar, a saber de verdad, al proceso. Se necesita valor y voluntad. Hay un momento para todo, y uno de ellos es la soledad.

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