6/9/09

El color de las mariposas. VI

En un mundo donde impera el gris, el amor es también gris. Así es fácil no penetrar en él, no pensar en él, cambiarlo por otro, superponerle otro, incluso no verlo, no saber ni que está. Es gris. Como todo.

¿Has amado a alguien, alguna vez? Preguntó ella con temor y con un leve temblor en las palabras que indicaban esperanza.

La pregunta le llegó tan de sorpresa, por inesperada, que no supo qué contestar al pronto. Ella era siempre así, por lo que había visto, en todo lo que pensaba, decía y hacía. No sabía, tan siquiera, si quería contestarle. Por él, por ella o por ambos, y, sin embargo, aquellos ojos de deseo espiritual y emocional, de saber, de conocer la esperanza que parecía embargarla… Buscó. Miró hacia atrás, en el tiempo…

Sí, le contestó escuetamente, intentando evitar ahondar.

¿Es como creo que es?

Sí, creo que para ti sería como para mí.

Cuando amas de verdad, profundo, intenso, ya no puedes dejar de amar a esa persona, ¿verdad?

Nunca. Se puede suavizar, difuminar la imagen si no hay presencia, pero siempre queda el recuerdo, inmanente, eterno. Si la has amado sin límite, con una intensidad absoluta, si la has bebido, si la has vivido y si has sido correspondido en la misma medida, ya nunca dejas de amarla. Si eso no ocurre es que no sabes lo que es el amor o no lo has sentido o no tienes capacidad para tenerlo o te lo niegas o lo escondes.

Me gusta eso. Yo creo así. Así es como debe ser. Si no, no tendría sentido, sería un sucedáneo, algo triste, apagado, gris como nuestro cielo, mortecino.

Se calló y le miró. Le hizo sentirse incómodo nuevamente y bajó la vista.

¿Por qué me miras así?

Quiero ver qué hay en tus ojos. Si lo que intuyo y creo es cierto y no sólo una quimera de mis sueños.

No hay nada. Déjalo. No hay nada. Y lo que hay…

Sí hay.

¿Qué?

¿En qué sentido?

En el que estás.

Profundidad, sensibilidad, belleza, conocimiento, tristeza, amor… Está ahí.

Si lo ves es que está, es que siempre ha estado, es que siempre estará.

¿Lo buscas?

Ya lo encontré.

¿Entonces por qué vagas? ¿Qué buscas?

El origen, la razón.

¿De qué?

De todo, supongo. Y de nada. Todo. No lo sé. Sólo camino.

Nadie camina sólo por caminar. Eso es sólo una frase vacía cargada de apariencia.

Llevas razón. Eres profunda a pesar de… Se calló para no molestarla.

No te preocupes, sé la edad que tengo.

No es la edad la que marca algo, sino la capacidad para ser, para estar, para entender, para amar. No hay diferencia entre tú y yo. El alma no tiene edad. El cuerpo sí, y es ahí donde nos perdemos, y donde perdemos. Tú y yo somos iguales, o muy parecidos por dentro y diferentes por fuera, creo. De ahí los convencionalismos, de ahí los conflictos. Pero tú y yo somos, y somos iguales, por ello estamos, y nos vemos. Somos, y somos diferentes. Sentimos, y sentimos diferente. Por eso…

Se quedó callado al ver hacia el lugar a donde devenía el discurso. Ella dejó de mirarle a los ojos. Se ruborizó y bajó la cabeza intentando ocultar la cara. Él no dijo nada y ella se lo agradeció.

Le despertó una sensación extraña, como si alguien hubiese pasado levemente la mano por delante de su rostro y el aire se hubiese movido tras ella. Abrió los ojos. Algunas mariposas se movían en la tibia atmósfera, donde miles de motas de polvo parecían flotar entre las volutas del humo y la luz, que el final de algunas velas esparcían, junto a unos palillos de incienso recién puestos. Dedujo que ella se había despertado ya. Dejó que la mirada se perdiese en el aleteo de las mariposas. Parecían monarca, pero no lo eran. Más pequeñas de tamaño y con una especie de fina y larga cola en el final de cada ala, terminando en un ensanchamiento con forma de ojo.

Su vuelo parecía un juego. Armónico. Delicado. Algunos movimientos de ala para ascender sin aparente gracia, para dejarse caer nuevamente, buscando las apenas perceptibles corrientes de aire cálido. Acercándose entre ellas. Alejándose. Como una danza ritual. El símbolo de la vida. Moviéndose en una danza eterna al son de una música que sólo ellas eran capaces de oír, de apreciar. La máxima belleza en un mundo opaco, gris, sin capacidad de comunicación. Seres bellos, eternos, lúcidos, mudos, que se movían entre todo un enjambre de otros en los que la belleza es mera apariencia, pura hipocresía, sin capacidad de comunicación, de comprensión, necios, vacíos, en los que la palabra es el medio para provocar dolor, para la falsedad, para obtener. La vida reducida al espectáculo que se le abría a los ojos. El regalo de una niña, el regalo de una mujer, el regalo de la vida.

La vio acercarse. Vista desde abajo, tumbado sobre el suelo, le pareció más alta. Se había cambiado de ropa. Llevaba un suéter negro de cuello alto que le marcaba el busto; un vaquero gris, ajustado también, muy estrecho en la parte del pie. Iba descalza. Le encantó el detalle. Siempre le habían gustado sobremanera los pies. Estos, y las manos, pensaba que eran la esencia de la belleza humana, su límite, su expresión. Si ambos eran bonitos lo demás encajaba armónicamente. El pelo corto, sobre el cuello, lacio, sedoso, con la ralla en el lado izquierdo. La cara angulosa. Los labios estrechos y delicados. Los ojos negros, de una profundidad que absorbía, que le llevaba. Tan densos que impedían toda huida. Los ojos del martirio. Los ojos que debe ver el suicida en su huida hacia el color, hacia su todo o hacia su nada.

Una punzada de dolor le hizo incorporarse de golpe. Un dolor que le taladró los músculos, el corazón, el cerebro, el alma. Dolor de siempre. Dolor eterno. Una lágrima se le derramó hacia la mejilla, entre las imágenes que poblaban, en ese momento, su mente. Árboles. Nieve. Blanco. El negro derramado sobre el gris. Asfalto frío. Rojo sobre negro. Llanto. Todo y nada ya. La nada, el vacío. El dolor. El corazón destrozado. Todo vuelve. Siempre vuelve. Todo, Madre. Madre, no todo es fácil. No siempre es fácil. ¿Por qué? Sólo soy un niño. Ahora no hay sueño. Rotura. Ya no hay nada. Sólo imágenes. Cristales rotos que se hunden, que se clavan. No es el momento. Ya no hay rosas. Estoy abajo. ¿Dónde estás? Tu padre llora. Ven. Toma mi mano. Ayúdame. Estoy solo. Todo está roto. Sólo queda dar vueltas. Esperar. Oigo un ruido. Alguien ha muerto. Algo ha muerto. Tengo una pistola. ¿Qué hago? ¿Qué espero? Ya no queda nada. Ya no es tiempo. Sólo oigo pasos que se alejan. No hay nada. No tengo nada. Rojo sobre negro. Ojos perdidos.

La música que acompaña las imágenes le golpea la mente distorsionándolas, punzando aún más, agrandando la herida, hincándose hasta dentro, horadando.

¡No!

Su propio grito, la negación, le salió de dentro, largo, alto, intenso. Ella se volvió asustada.

¿Qué? ¿Qué pasa?

Nada, le contestó aún en tensión, aún con el corazón acelerado. Nada. Una pesadilla.

Estabas despierto.

Esas son las peores.

3 comentarios:

Administrador de www.cincolinks.com dijo...

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Ruth Carlino dijo...

Querido Diego, me fascina este relato, me lleva y transporta, me trae también recuerdos de esas pesadillas despiertas.

Besos.

Anónimo dijo...

Mil grcias Ruth por tus palabras. Si logro con él emocionarte y conseguir esa fascinación y que te lleve por lugares, me doy por satisfecho y ya me ha merecido la pena escribirlo y seguir haciéndolo.
Un placer, y gracias de nuevo.
Un beso.
Diego