6/10/09

El color de las mariposas. X

El polvo posado en todo, como la pátina póstuma de una página de siglos, borrada de la memoria, deshecha, podrida, abandonada al tiempo, relegada en el tiempo, olvidada de todo y de todos, donde ninguna palabra es ya y donde nunca fue pues ni memoria hay de ellas, eliminadas en el tránsito de un espacio que no existía pues nadie había para recordarla. Pasillos sin huellas, débilmente iluminados, que conducen a salas vacías de cuadros colgados, inertes en su huella, ausentes, como sombras, como las lápidas de un camposanto exhumado. Solo espejos. El aire acre, pesado, mefítico, apenas violado. Los techos altos. Una sombra cruza, fugaz, al final del largo corredor, el espacio, levantado partículas de polvo que penden levemente para posarse con lentitud. Miró despacio en derredor, buscando. Recuerda el lugar que ahora es un páramo. Buscó en la espiral de su mente los espacios, en su propio laberinto del fauno, intentando llegar al lugar de otrora, al lugar que en otro tiempo ocupara la luz, la luz de la forma, la luz del color, la mirada. Buscó con denuedo pero no encontró. La desilusión, la atmósfera cargada y la agonía del espacio le llevaron a la desesperación. Se cogió la cabeza con ambas manos. Cerró los ojos. Los volvió a abrir. Se los restregó una y otra vez con las yemas de los dedos. Buscó en su interior aquellos espacios como una necesidad imperiosa. Lo necesitaba como nunca. Lo sabía y aquello le desesperaba aún más. Miró dentro, en el mapa de los recuerdos. Caminaba entre ellos sin encontrar salida alguna. Vio elementos que parecían pero que no eran. La cabeza le iba a estallar. Millones de alfileres se le hincaban en la sien; alfileres diminutos que le traspasan el cerebro en una intensidad absoluta que se acrecentaba por el frío del espacio que le rodea. El vaho salía expelido de su boca. Frío intenso. Dolor intenso. La respiración se le aceleraba. El corazón desbocado. Se sentó. Miró al frente. Vio imágenes distorsionadas que se formaban delante de él, en el polvo que se levantó al desplomarse. Un sonido metálico, constante, se oía en el lateral del pasillo, surgiendo del interior de la pared, como una gota de agua angustiante brotando de ninguna parte y que chocaba reiteradamente contra el metal del conducto de ventilación, roto desde un tiempo que es siempre. Las salidas de aire estaban enmohecidas, llenas de hongos que cubrían las ranuras y se derramaban como cascadas en forma de cortinas rasgadas, en colores ocres, sobre el fondo céreo de la pared. La constancia del sonido le resultaba insoportable. Se cogió la cabeza con los brazos. Se encogió sobre sí mismo, como si pudiese ir a su interior, entrar físicamente en él, volver al origen, desaparecer en él. No soportaba esa cadencia metálica, aterradora. Comenzó a negar con la cabeza primero, después con la voz. No, no, no, repetía sin cesar, quedamente. La respiración se le fue pausando. Siguió repitiendo la palabra, no, no, no, como un mantra. Alzó la mirada. Una sombra volvió a cruzar el final del espacio, con lentitud. Desvió la mirada hacia ella sin poder captar la forma. Se preguntó por su esencia fugazmente. Miró las imágenes de su cerebro, nuevamente. El laberinto. Buscó en él. Buscó el espacio inmaculado en el laberinto, un laberinto visualizado en su laberinto interior. En una esquina encontró una imagen. Se paró y la miró. Rojo y negro sobre gris. Se acercó a ella. Despacio. El pelo negro derramado sobre un hilo que surge de abajo y que se extiende en rojo burdeos, en rojo denso. Y el negro de unos ojos abiertos, pero cerrados; la sonrisa quebrada; el cuerpo yerto, helado. Busca un rostro que se le niega. El gris del asfalto lo ocupa todo. Grita pero nada surge de su garganta. Unos cuervos velan entre las ramas de un nogal lejano, como buitres callados, con sus ojos grises, mirando. De vez en vez su graznido se oye, a lo lejos, anunciando un tiempo de vela, un tiempo de espera, un tiempo largo, eterno, un tiempo de ausencia. Mira hacia atrás y ve rostros conocidos. Vuelve la mirada. Rojo sobre negro. Vuelve a gritar pero el sonido no sale. Gira la cabeza hacia el lado. En un rincón cercano una silueta, en sombra, en negro. Se giró y le miró. La reconoce. Un cuerpo esbelto. Le grita. Ojos inyectados. Se agacha. Quiere hablarle pero no puede. Negro sobre blanco. Unas botas que pisan lirios. Se los queda mirando. La silueta se marcha. Se desvanece en la distancia. Él extiende la mano. Los cristales reaparecen inundándolo todo, su cuerpo y su alma, cada una de sus partes, su yo. El dolor lo ocupa todo. Ese dolor que le mata, que le invade, que le traspasa. Todo desaparece.

9 comentarios:

Ruth Carlino dijo...

Cada vez que te leo me recuerdas a Pessoa.

Hoy me sugiere el viaje hasta el centro de uno mismo.

Besos mi quiero Diego.

Anónimo dijo...

Algo de eso hay, del viaje a uno mismo, a algún lado y por algo, sí.
En cuanto a lo de Pessoa, excesivo, pero gracias. Con parecerme un 1% a él, me daría por satisfecho.
Mil gracias. Un beso, Ruth.
Diego

Andrea dijo...

Pues hoy un texto fuerte, transmite miedo, frío, desesperación, como dice Ruth, un viaje al interior de uno mismo, un mal viaje claro, esperemos que vea la luz en algún momento. Otro texto intenso de los tuyos Diego, un beso grande.

Ruth Carlino dijo...

¿Por qué un mal viaje Andrea? Quizá no sea un viaje muy placentero, pero necesario, quizá sea necesario enfrentarse a todo eso de nuestro interior para llegar a ser uno mismo en total libertad. Yo más bien creo que es un viaje maravilloso, del que no muchos tienen la osadía de emprender.

Besos guapa, y a Diego también muchos besos.

sky walkyria dijo...

la visión se nubla,
el camino se disipa,
perdí el norte
pero el sur sale a mi encuentro

cariños

Anónimo dijo...

Bueno, Andrea y Ruth,os dejo con vuestras interpretaciones y visiones sobre el camino. Me gusta. Es curioso ver cómo se ve desde fuera lo que uno escribe y las múltiples visins que produce.
Un beso para las dos.
Diego

Anónimo dijo...

El sur siempre está en mi mente, en mi alma y en mi cuerpo, Sky,sempre, y es placentero, como los colores del otoño, como la luz de la primavera.
Un beso.
Diego

Andrea dijo...

Si Ruth, supongo que muchos pueden tener la osadía de emprenderlo pero el camino parece duro, hay desesperación, hay dolor, hay agonía por lo que he leído, son sentimientos de los que tiendes a protegerte, yo, por lo menos intento escapar de ellos, les temo, justo porque los conozco. Como dice Diego, es estimulante observar las diferentes interpretaciones de un texto, muchos besos a los dos!

Anónimo dijo...

Muy estimulante, y enriquecedor. Se aprende y se ven más cosas. Toda una experiencia.
Mil gracias.
Un beso.
Diego