7/1/10

Bajo la mirada de la bruma. II

Una suave lluvia caía, lenta, sobre ellos, mientras paseaban por las calles desiertas en dirección al coche. La luz ocre de las farolas creaba sombras amarillentas en el mojado asfalto, brillante, provenientes de los edificios, poblados de grandes ventanas, como si de gigantescos ojos de insecto se tratara, que mirasen en silencio a los perdidos en la noche, en la mudez de los sueños.
Caminaban con lentitud, como si midieran sus pasos. Callados, como si bebieran sus pensamientos.
Llegaron al coche. Una multa en el parabrisas. La miró. Sesenta euros. Arrugó el papel y se lo metió en el bolsillo.
- ¿Nos tomamos una copa antes de irnos?, le dijo ella.
La miró con cansancio.
- No hay nada, le contestó esperando que no insistiera. No quería volver a los mismos temas, tan manidos; a la sordidez de sus momentos, a sus patéticas historias, a su cúmulo de despropósitos vitales, a aquella emocionalidad maltrecha que le hacía usar a los hombres en una búsqueda constante que le había llevado a vivir en el deshecho.
- Lo necesito. No me apetece irme ya.
- De acuerdo.
Se dirigieron hacia el centro, caminando de nuevo bajo el silencio de la lluvia, que les separaba como una cortina invisible. Entraron en un pub irlandés. Lleno. Había gente de todos los lugares. Apenas se oía el idioma del lugar. Todo era inglés. Se sentaron en la única mesa vacía, con un banco corrido alrededor.
- ¿Qué quieres?
- Una cerveza y un tequila. ¿Lo pides tú? Tu inglés es mejor que el mío.
- Sí.
Se entretuvo mirando a las personas que había a su alrededor mientras ella traía las bebidas. Dos hombres le preguntaron en inglés si le importaba que se sentaran en la misma mesa. Miró al banco y sonrió, dando a entender que había espació. Le dieron las gracias y volvió a sonreír. No quería usar su inglés, tan olvidado. Volvió ella con dos cervezas y el tequila.
- Gracias, le dijo.
Cogió el tequila y le dio un sorbo, degustándolo. La miró a los ojos y le sonrió suavemente, intentando que se sintiera cómoda.
- ¿Qué te pasa? Le preguntó.
- Nada. Estoy bien. Un poco cansado.
- Si quieres que me calle, me lo dices. Hablo demasiado, lo sé. Y no tengo muchas personas con quien hablar de esto.
- No importa.
- ¿Y tú? Cuéntame tú. Háblame de lo tuyo.
- No tengo nada que contar. Hay un comienzo, un desarrollo y un final. Nada más.
- Habla, es bueno hablar, desahoga, libera.
- ¿A ti te ha servido de algo contarme todo eso? ¿Te has encontrado? ¿Has visto tu error constante? Le preguntó mirándola fijamente a los ojos. Bajó ella la mirada mientras quitaba el papel, húmedo por el contraste de temperatura de la botella y el local, de su bebida.
- ¿Quieres otro?, le preguntó, al ver que estaba jugando con el vaso, a la vez que intentaba salir de aquel momento de tensión.
- No, le contestó.
- Bueno, ¿y qué te ha parecido?
- No me gusta como eres, como actúas. Es muy egoísta. No es justo, ni tan siquiera para ti. Haces daño y te lo haces a ti misma también. No puedes estar con alguien y mantenerte ahí cuando ya no lo quieres, a la espera de encontrar alguien mejor o que te satisfaga más, o que colme tus expectativas momentáneas, para después, al ver que no lo hace, repetir la historia, y así una y otra vez, para evitar una soledad que temes y en la que no quieres estar para entrar en ti, en tu problema. Y lo peor es que acusas a los demás, cuando todos tienen algo de culpa, y tú… Prefiero callar. Y conmigo intentas lo mismo, pero sabes que yo soy distinto, que jamás hollaría mi centro, y que, además, no entraría en esos juegos. Hizo una pausa y la volvió a mirar con fijeza. Quizá no debería decirte esto, pero me has preguntado y… No, no me gusta nada, dijo terminando casi en un susurro.
Una sonrisa helada se posó en el rostro de ella, mientras lo miraba, mientras lo escuchaba, levantando y bajando los ojos continuamente. Había arrancado el papel totalmente a la botella, dejando jirones blancos pegados, rompiendo su estética.
- Háblame de lo tuyo, tal vez aprenda algo. Le dijo utilizando un tono de ironía que no consiguió tapar el nerviosismo y el desasosiego.
- Yo no hablo de lo íntimo sino con el afectado, y si no puedo me lo guardo muy dentro. No me pertenece solo a mí. No debo desvelar lo mío, cuanto ni más lo de otro. Yo tengo mucho cuidado con lo sagrado. Siempre hay que tener cuidado, proteger al indefenso. No quiero que se vulnere, no ya tanto por la acción de los demás cuanto por la mía propia. Lo sagrado es mío, sólo mío y de quien ha participado. Y ahí se queda, en mí, en mi tabernáculo, con sus luces y sus sombras. Jamás traspasaré esa línea. Además tengo una especie de pudor existencial. Yo no hago eso. Por tanto…
Un silencio casi sepulcral llenó el espacio entre ellos, apagando en sus oídos el murmullo inglés que les rodeaba.
Se levantó él. Miró hacia la puerta.
- ¿Nos vamos? Le preguntó a ella, en una pregunta que era más una afirmación. Necesito aire. Necesito frío. Necesito mojarme. Cómo echo de menos ahora un cigarro.
Salieron. La lluvia seguía cayendo con lentitud. Él miró hacia arriba y dejó que le mojase la cara. Sonrió a las gotas que le calaban, como si pudiesen limpiar, como esperando que le lavasen el alma.

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