24/3/10

La discreta elegancia de Bolonia

Es sorprendente la belleza de Bolonia. Grata. Es una ciudad con clase. Con mucho estilo, al igual que sus habitantes. Probablemente la que más, de todas las que conozco de Italia, en conjunto -incluso más que Milán-. Ciudad tranquila, armónica, llena de tonos de ocre, de soportales; muy italiana del norte. No muchos turistas, lo que permite verla con tranquilidad, pasearla y mirarla, pararte en un bar a tomar una cerveza o un spresso (inigualable). Es bella, como las mujeres italianas, con una cara de una belleza no perfecta, pero con un atractivo inmenso, que me llevan a la antigua Roma, o a la imagen que tengo de ella, a sus retratos. De rasgos marcados. El pelo lacio, fino y sedoso, en tonos castaños. La nariz rotunda, no pequeña, pero no fea; la boca perfecta, intensa, carnal, con delineados labios. Los ojos de una profundidad abisal, que asusta, que aturde, que dan ganas de perderse en ellos; marrones, casi negros; inmensos; enmarcados por unas pestañas eternas que los dibujan y adornan, que crean misterio, un misterio ampliado por el dibujo negro del lápiz, egipcio; un efecto dionisíaco, maravilloso, eterno, perfecto. Sonríen apenas, con inteligencia. Me gusta como me miran, cómo bajan los ojos, con delicadeza, con misterio. Me recuerdan a otros ojos, a otros tiempos. Da la sensación, en la catedral, al andar por la amplitud de las naves, de que las grandiosas columnas llenas de nervaduras que soportan los paños de las bóvedas de arista, acompañan tus pasos, da la sensación de que se mueven al compás de los tuyos, acompañándote desde el tiempo, mirándote. Y el frío te envuelve, un frío que me recuerda a las cuevas del paleolítico, a Covalanas, al templo primigenio, al tiempo de los dioses del tiempo, de la diosa madre, de la madre tierra. Respiras y el vaho se hace presente, como si tu espíritu saliese para hacerse material, y desvanecerse uniéndose al espíritu que todo lo envuelve, como si escapase hacia el dios de los cristianos. Es curiosa la estructura de la iglesia, al margen del formalismo del gótico italiano. Construido su eje longitudinal para obtener la luz del sol en sus muros laterales, la salida y la puesta, el tramonto, esa bellísima palabra italiana que define la puesta de sol; mientras el meridiano que sigue la línea del solsticio de verano la corta longitudinalmente en un ángulo extraño a las naves. Muy sorprendente, muy bella, exquisita. Y el placer de viajar en autobuses metropolitanos, acceder a las gentes, hablar con ellas, entrar en sus días, en sus momentos; ir de una ciudad a otra en tren; el placer de mirarlos, de observar sus gestos y sus ademanes, sus miradas, su estar y moverse, su charla con ellos y conmigo; meterte en ellos, estar ahí, viajar, conocer; y el paisaje de la campiña de la romaña y de la toscana, con sus colores, tan vistos, tan descritos, tan bebidos y vividos, recordados algunos momentos, tan intensos.

2 comentarios:

Isabel de León dijo...

Ajajá...lo sabía!!!jejeje...disfrutando d las italianas...ayyyyy!!!así es como es...quien pudiera d los italianos!!!q peligro!!!q t estas haciendo el inter-rail???jejeje

Saludos de la chica q tb pasó x aqui.

Anónimo dijo...

¡Qué mala eres Isabel! ¿De las italianas...? De Italia.
Un saludo chica omnipresente. Besos.
Diego