29/5/10

Mucho más que algo. Tacto.

Surgió del frío. Surgió de una noche de perros, de lluvia negra, y me hizo sentir viva; por un instante quizá, o quizá, también, por una vida. Lo primero que me dijo, cuando dijo, fue un hauki:

Me derramaré,

En tu beso de auroras.

Lánguidamente.

Le pregunté si le volvería a ver. Y su respuesta fue que la pregunta no era esa, sino si él me volvería a ver a mí.

Se acercó por la espalda, muy despacio, tan levemente que no le supe hasta notar que mi respiración se aceleraba. No quise volver la vista. Era extraña esa sensación. Intuí que estaba. Respiré hondo. Estaba detrás. Algo, dentro, me lo decía. Lo necesitaba, lo respiraba. Aturdía aquella sensación. Un desasosiego que me hacía desear su presencia sin habla. Noté cómo su respiración me movía, muy suavemente, el pelo. Noté su aliento tras de mí, como a violetas y almendras, no sabía bien el porqué, y un escalofrío me erizó la piel. No quería moverme, sólo sentirlo, y quedarme ahí, sintiendo aquello que nunca había sentido. Sabía que si me movía le rozaría, sentiría mi culo contra su sexo, de tan cercano. Sentía calor por todas y cada una de las partes de mi cuerpo. Quería el roce, lo ansiaba, y no también. Deseaba el contacto, y a la vez me lo negaba, por estar ahí, así, en ese momento intenso, sin palabras, sintiendo tanto con tan poco. Deseaba el silencio provocado, oír sólo su respiración, mi agitación, la sangre golpeando. Notaba el corazón acelerado, su latido constante. Notaba el suyo, acompasado al mío. Apoyé las manos en la mesa y, al hacerlo, el cuerpo se me dobló hacia atrás y sentí su tacto. Lo retiré al instante. Él no se movió ni un ápice. Sabía que tenía los ojos en mi pelo. Siempre miraba, y cómo miraba. Te entraba dentro y te llenaba de mirada. Traspasaba. Miraba el movimiento de mi pelo al contacto de su hálito. Él era así, de detalles. Hacía de un momento una vida, de un detalle, un cuadro de mil colores. Notaba la tensión, la mía y la suya, la contracción de los miembros, el leve temblor, la alteración de la piel, la excitación. Podía sentir todo lo que éramos, lo que sentíamos, con una percepción inhabitual, como si mi piel, como si todos mis sentidos hubieran multiplicado su capacidad hasta el infinito. El silencio era tan profundo que oía el más leve quejido de la madera de los muebles, pero sobre todo lo sentía a él, y a mí. Acercó su boca a mi oído. Noté el cabello en sus labios. Me susurró: Yo he visto germinar lágrimas de cristal negro en sonidos púrpura, cuando te he sentido. En ese momento, cuando te siento, noto un viento dentro, como la caricia de un violonchelo, roto de pena, quebrado. El aire que salía de su boca me acariciaba el cuello. Tenía la piel en carne viva. Respiraba más rápido, con más agitación. Creí que me iba a volver loca. La tensión me estaba matando, y sin embargo no podía ni quería salir de ahí, de así. Apreté las manos con fuerza, contra la mesa, hasta sentir daño, para sentir el dolor, para mitigar, en algo, aquella tensión. Eché la cabeza hacia atrás. Mi pelo le llenó la cara. Noté la calidez de su mejilla. Apreté mi espalda contra su pecho, mi culo contra su sexo. Noté sus manos, rozando apenas, en mi cintura, paseándola, y el subir y bajar de su pecho, su respiración agitada, su aliento. Giré la cara buscando sus labios, buscando la boca que me hablaba, que me llevaba, buscando aquel olor en la garganta que me susurraba, su aliento como de violetas y almendras, para envolverme en él y en las palabras, para bebérmelas, para saborearlas, esperando más, deseándolas. Sabes… -me dijo en voz muy baja-, cuando te veo, cerca o lejos…, cuando te veo, oigo el agua apaciguar la orilla, en su beso largo, y lento. Y quiero acercarme a ti, saberte entera, entrar muy dentro, pero de tus sentimientos. Vivir tu alma, vivir tu carne, ser tú en ti, muy dentro, y no salir, vivir ahí por los tiempos de los tiempos. Teníamos los cuerpos pegados, más aún el alma, que era cuerpo. Noté sus manos en mi vientre, despacio, y después bajando hacia mi sexo, rodeándolo, sin tocarlo, acariciando los muslos por dentro. Sentía mi humedad, y él también. Se quedó ahí, parado, apretando levemente. Respirábamos al mismo tiempo. Giré aún más la cabeza buscando su saliva en el calor de su boca. Apartó la suya, apenas. Me tumbaré en la hierba para oler tu tacto –dijo-. Subió las manos a mi vientre. Lo paseó de nuevo, más lentamente, colocando su dedo anular en mi ombligo y apretando con suavidad, creando círculos pequeños, en él, que me llegaban dentro, y más abajo. Vagó, después, con sus dedos por mis senos, sin apenas rozarlos. Noté los pezones erectos. Noté su tacto, el calor de sus manos a través de mi ropa. Sentí el calor de la pasión de mi cuerpo a través de sus dedos. Sentí la suya, cómo se quemaba por dentro, y cómo me quemaba yo. Me giró hacia él. Los cuerpos enfrentados. Absolutamente pegados el uno al otro. Mi sexo junto al suyo. Puso las manos en mis mejillas, los dedos entre mi pelo. Le rodeé la cintura con mis brazos, atrayéndolo aún más si cabe. Los dos apretando. Respirábamos juntos, al tiempo, sintiendo, siendo en el otro cada uno, siendo la vida, sintiéndola, haciéndola. La belleza de un momento único, de una pasión única, desbordante, antigua, eterna. Le besé como nunca había besado en mi vida, como a nadie lo había hecho. Le cubrí los labios y sentí el tacto de su lengua, el calor de su interior, su saliva. Le sentí entero. Nos separamos un instante. Me miró muy dentro, fijamente. Cada vez que me besas me cubres de estrellas –dijo-, y ahí soy tanto, que quiero morir, morir de ti, morir en ti, siendo. Me besó largo, dentro, suave. Tacto. Era la esencia del tacto. Se separó de mí, despacio. Se fue andando, de espaldas. Siempre mirándome, dentro, como sólo sus ojos saben mirar, cómo no he visto en nadie. Hay un momento para todo -dijo-, y éste es este momento, tan especial, así de intenso, como tú. Sólo así.

Aún sigo dándole vueltas a su respuesta. La respuesta de aquel hombre que surgió del frío.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Puf.. a estas horas de la mañana...
Biquiños y preciso texto, precioso.

Marisa dijo...

Delicioso, Diego. Esa mezcla de pasión-sexo-erotismo con amor-sentimiento-poesía es un cóctel molotov.
Buenísimo relato, cada palabra arrastrando una caricia, cada caricia buscando una palabra...a ciegas, como debe ser.
La voz poética de ÉL es profunda, profunda...
Enhorabuena, amigo.
Un beso.

Anónimo dijo...

Gracias Carmela. Para los sentimientos, si son de verdad, no hay tiempo, ni tiempos, sólo estares, delicadeza y espacios abiertos, nunca cerrados, nunca negados.
Un beso.
Diego

Anónimo dijo...

Mil gracias Marisa, me alegro de que lo hayas apreciado, y sobre todo como lo has hecho. Y las palabras de ÉL, como tú lo pones, que es como ha de ser, no es fácil de apreciar, pues la mayoría se van por otros lados, más simples, más de nadas.
Me gusta tu frase: cada palabras arrastrando... Preciosa, como siempre.
Un placer.Un beso.
Diego

Pandora dijo...

Ufff! pues a mí ese hombre me ha dejado con ganas de más... ¡así te lo digo!

Un beso!

Anónimo dijo...

Y es que ya no hay, de eso, María. No quedan de esas personas. Qué desastre. Por alguien así hasta yo me volvería gay.
Un beso.
Diego