24/6/09

La magia de la noche de San Juan

La noche de San Juan, la noche mágica por antonomasia, del renacimiento; la del tránsito de lo viejo a lo nuevo; la del sincretismo cristiano del solsticio de verano. La noche de San Juan, donde se quema lo viejo para dar entrada a lo nuevo, a la esperanza de una mies fecunda.
De niño, cuando era muy niño, allá en mi pueblo, rodeado de montañas, de pinos y agua, en las frondas, abajo en el valle, había una peña casi redonda, enorme, o entonces me lo parecía más; y me contaban las viejas la leyenda de la princesa mora, que allí estaba encerrada por amor. Era la leyenda de la Peña de la “Encantá”. Una historia triste y hermosa al tiempo. Me contaban, en las frías noches de invierno, a la luz de la lumbre, con los ojos clavados en el sortilegio del fuego, que en la mágica noche de San Juan, todos los años desde hacía siglos, se abría la peña, a las doce, saliendo de ella una princesa mora de increíble beldad, vestida de sedas y coronada de flores, de tez blanca y pelo azabache, como sus ojos enormes, a esperar la llegada de su amado caballero; y que al alba, con los primeros rayos, se volvía a meter de nuevo, a la espera de otra noche, de otro año.
Y yo soñaba a la princesa y esperaba la llegada de esa noche con la ingenuidad de la infancia. Cuando lo hacía, con los calores del verano, cuando todos dormían, me apostaba en el alfeizar de la ventana, arrullado por los olores del espliego y la hierbabuena, del jazmín que trepaba desde el patio, con los colores de las rosas y las gitanillas que de las macetas que había en ella colgaban; y miraba a la peña con mis ojos de niño ilusionado hasta que me quedaba dormido sobre mis brazos, sin haber visto a mi princesa y sin poder haberla salvado. Así año tras año. Océanos de tiempo esperándola. Toda una vida de ilusión nunca cerrada, hasta encontrarla. Nunca he dejado de ser un niño. Nunca he dejado de soñarla.
Es la noche mágica de San Juan. Quemar lo viejo y esperar lo nuevo. Dar las gracias. Renacer de las cenizas como el ave fénix. Extenderé mis alas y volaré hasta el cielo. Miraré desde arriba la vida y veré los problemas como lo que son, puntos pequeños. Los eliminaré de ella. Henchiré mi corazón de gozo por la vida que se me ha dado y la viviré como sé hacerlo. Sonreiré a todo y a todos como el hombre que soy y sabe hacerlo. Me acercaré al fuego y resurgiré de las llamas como un hombre nuevo, aprendido, crecido, sobre la sapiencia de lo viejo, mejor persona, más profundo, más sereno, más alegre, más vivo.
Encenderé una vela en el tránsito de las doce, hasta que la llama se apague en su suave lentitud, como me decían las viejas. Pediré un deseo y se cumplirá. Las viejas son sabias y nunca me mintieron. Si hay Dios y si hay Justicia se cumplirá. Estaré en lo cierto. Por merecimiento. La rueda es sabia. Se cierran círculos y se abren nuevos.
Y la luna, en su inmensa belleza, allá en el cielo, apunta apenas una línea circular, estrecha, que la hace, aun, más bella. Es la magia de la noche de San Juan, donde todo sucede si lo deseas con fuerza y tu alma lo merece. Me tenderé sobre la hierba y la miraré junto a las estrellas. Me dormiré en esa vista. Amaneceré despierto.

4 comentarios:

virgin suicide dijo...

Me encantó a mí como escribís. Empecé a leerte por Llum, que me pasó tu blog, me dijo que me iba a gustar y realmente acertó.
Tenés una forma muy cautivadora de escribir.
Nos estamos leyendo =).

Un beso,

Anónimo dijo...

Hola.
Muchas gracias por tus palabras. Es un placer.
¿Conoces a Llum? Eso si que me sorprende más. Es una mujer a la que quiero mucho, una gran persona. Pero me alegro de conocerte.
Sí, seguimos en contacto.
Un beso para ti.
Diego

Crestfallen dijo...

Sabio y optimista el mensaje del texto, y como siempre muy bien escrito. Todo un gusto leer tus entradas.
Saludos Diego!

Anónimo dijo...

De nuevo gracias, Mireia, por lo de bien escrito. Es lo que se pretende, si no... El gusto es mío de que las leas y saber que son disfrutadas.
Un beso.
Diego