29/12/09

El día de la oruga


Me drogo con la vida, o intentando vivirla, y eso que a veces cuesta, pero es como un precipicio al que te asomas y no puedes evitar, a pesar del vértigo, sentir la llamada del abismo.
Hoy toca ayuno, ayuno con desgana. Desgana de comer, casi de respirar. No tengo un diario que escribir, donde apuntar la nada, pues siempre me basé en la memoria. Siempre hay que elegir y yo la escogí a ella, quizá para obligarme a recordar los recuerdos, que no quiero perdidos sino retenidos y revividos dentro. Cada elección es un dolor y hay elecciones que son un martirio. La del abandono es la muerte. Prefiero la memoria al olvido, pues renegar de ella es hacerlo del alma, y eso es lo más valioso que tengo, o he tenido.
Hay una oruga que pasea una hoja, por encima, con movimientos lentos. Es verde también, como ella. Se mueve con lentitud, ajena. Es grácil, sencilla, y arrebatadoramente hermosa. Mientras, una flor, blanca, con pequeños pistilos amarillos, pende de un ligero tallo al final de una rama en un árbol sin hojas, en este diciembre frío que ha sucedido a otro noviembre, helado, silencioso, huido. Estoy en uno de esos sitios donde se ve el infinito. La oruga sigue su transcurso por la hoja caída. El césped está frío. Ha llovido.
Me miro al espejo y, a veces, no me conozco. He envejecido en un año más que en toda una vida. Y me pregunto: ¿si te sientes herido por qué sigues actuando del mismo modo? Pero la imagen devuelta no me responde. En el ascensor le hice a una chica la misma pregunta. Voy al cuarto, me contestó como si no me hubiese oído. Agaché la cabeza. Tal vez porque no tienes alas. La levanté de nuevo. Le sonreí. No me había fijado en su belleza. Todos tenemos alas, le contesté. Tú, yo, todos tenemos. ¿Entonces por qué lo hacemos?, me dijo. Por orgullo, por miedo -contesté-, no lo sé, por… porque quizá nuestras alas no tienen la forma adecuada. Sólo sé que para volar se necesita eso, tener unas alas adecuadas, que exista una presión y un ángulo adecuado. Habíamos llegado al cuarto. Me sonrió con amplitud. Entonces hazlo, me dijo mientras sujetaba la puerta.
Dormir. Dormir las ausencias. Volar, volar como los pájaros. Volar durmiendo. Soñar. La vida es una droga a la que no te puedes resistir si la has vivido, si la has bebido. Recuerdo la oruga en su lánguido movimiento.
Los días, a veces, son extremadamente largos.

6 comentarios:

Ruth Carlino dijo...

Ausencias, que a veces parece que no duelan tanto, y tóntamente piensas, lo superé o algo así, pero que un día sin más, por cualquier minúsculo movimiento, por cualquier estúpido juego del destino vuelven con fuerza esos recuerdos que te hacen abandonarte de nuevo en el anhelo de la ausencia que de algún modo marca tu vida.

Ausencias..................

Besos.

rudy spillman dijo...

Me has transmitido una sana angustia que me obligó a despertar aun estando despierto. Fue una manera de salir del letargo. Pero luego, como casi todos... continúo con mi rutina.
Felices comienzos de nuestra mutua continuación, Diego, amigo, y que las letras sigan arropándonos como indefensos niños, bajo su cobijo.

Anónimo dijo...

Las ausencias siempre duelen, Ruth, mucho más detereminadas ausencias, aquellas con las que has sentido, vivido y bebido, aquellas que son únicas e insustituibles, como las que probablemente no hayan nunca más; esas, son las que te matan. Por eso no se puede luchar contra su recuerdo, sino vivir en él, con él, y sentirlo dentro.
Ausencias...
Un beso.
Diego

Anónimo dijo...

Espero, contigo Rudy, mi buen amigo, que tus deseos sean y sigan estando en estos tiempos que corren. Espero, y no lo dudo, que sigamos estando.
Un fuerte abrazo.
Diego

Eugenia dijo...

Cierto, querido Diego: a veces los días son tan largos como el movimiento entre una inspiración y una expiración, de un latido, porque puede hacerse tan eterno que sientes que no llegará nunca el oxígeno donde tiene que llegar... y te parece que te ahogas. Y en ese instante, sin que sepas de dónde sale, un recuerdo escurridizo, grabado indeleble en algún lugar de nuestra cabeza, o de nuestra alma si es que "eso" se llama así, te mueve, te vivifica, aun siendo triste o doloroso. Todo forma parte de nuestro ser, y sin querer, volamos; no importa de qué manera ni cómo ni si somos armónicos en nuestros aleteos, o torpes como pingüinos en tierra; a pesar de todo, vivimos.

Te regalo una frase que me dijo una persona hace mucho tiempo y que fue la mecha que hizo renacer mi vida muerta; para ti, por ser tú, por tener "ese algo" tan escaso y especial que tengo la dicha de contemplar y apropiarme gracias a tu generosidad: "¡Qué maravilloso; volar y ser persona!".

Me quedo por aquí para seguir más viva. Un beso, de los que sabes.

Eugenia.

Anónimo dijo...

Qué pasada eso que dices, y como lo dices. Me has dejado sin palabras. Y además me regalas esa frase, tan tremenda y tan especial, tan sincera y llena de vida.
Tú si que haces que sienta vida, porque la das.
Un beso de esos.
Diego