13/12/09

La langidez de las notas

No podía ver nada. No recordaba nada de lo que decían que había pasado. ¿Iba en coche y sonreía? Nunca pensó que el cuerpo estuviera tan mal, aunque sabía que algunos detalles había que arreglar o al menos echarles un vistazo. Achaques solucionables que tal vez se solucionasen por sí solos o con ciertos retoques. Medidas necesarias pero que dejaba al albur del tiempo. Su interior no ayudaba, el exterior tampoco, pero confiaba en que en el decurso del tiempo las circunstancias evolucionaran en el sentido natural, en el lógico y que todo cambiase. Pero el miedo ahí, instalado. Tal vez eso. Y el golpe de repente. Sin avisar. Brutal. La boca abierta. El aire que no entra. El cuerpo le pide, le exige. Los ojos parecen querer salirse de sus órbitas. Quería llenar los pulmones de aire. Aire que sabía que estaba, pero que no entraba, como cuando en las pesadillas quería gritar y no salía nada de su garganta. Y un dolor infernal, eterno, en su corazón. Los ojos clavados en un punto de la almohada. Miles de imágenes que pasan por delante, como en un cine acelerado, delante de esa almohada que ve, junto a las imágenes. Quería que le ayudasen, pedir ayuda, pero estaba solo y lo sabía. Le oprimía el miedo. No podía moverse. Se preguntaba qué hacer. Se preguntaba el porqué. No había respuestas. No había nadie. Y el dolor en aumento. Buscaba aire que respirar, y las razones en el aire. Vueltas a las circunstancias. Imágenes que desaparecen y que se transforman en otras. De repente todo es negro. No hay almohada. Sólo imágenes en gris sobre fondo negro. Oía el aullido de un chacal hiriéndole los tímpanos. Pero tenía un perro, no un chacal. Y de repente el silencio.

Abrió los ojos. Un sonido repetitivo y constante le entraba por los oídos. Todo blanco. Una ventana con las cortinas corridas, claras, dejaba entrar la luz. Un gotero. Se mira la mano. Un esparadrapo la cubre, sujetando una aguja que se introduce en ella. Una gota cae, constante, a intervalos, hacia el tubo que conduce a esa aguja. Pantallas con gráficos en movimiento. Un corazón, dibujado, palpita en una de las pantallas. No hay nadie. Recuerda el aullido del chacal. Siente miedo. Los ojos se le cierran. Una lágrima se le escurre de uno de ellos. Oye como el sonido constante de una de las máquinas se convierte en estridente, continuo, eterno. Silencio. Negro. El corazón le duele de nuevo. Intenso. Flota como en éter o en una solución líquida de no sabe qué, que no moja, ligeramente espesa. El aullido es aterrador. Yo te alimenté, le dice. Te di mi mano. Te di cariño cuando estabas solo, triste, abandonado. Te acogí en mi alma. Te di todo. Apareciste. Estabas ahí. ¿Qué te he hecho para que me aúlles así? ¿Por qué te has convertido en chacal si eras un perro¿ ¿Por qué muerdes la mano que te acarició con amor? Los ojos inyectados en sangre le miran. Una sonrisa cruel en las fauces. Dios, qué agonía. Siente el dolor en algún sitio que no es su cuerpo. Duele más que el físico. No lo soporta. No quiere más eso. No es justo, piensa. Nada. Vacío. Negro.

La misma habitación de nuevo. El mismo sonido. El mismo color. No hay dolor. Tumbado de nuevo. Cubierto por algo blanco. A sus pies dos mujeres y un niño. Una de ellas con bata blanca, la otra elegante. El niño llora. Detrás, en un rincón de la habitación, otra mujer, seria, adusta. Tiene algo en los ojos. ¿Qué tienes?, le pregunta sin abrir la boca. ¿Qué es ese velo que los enturbia? ¿Quién eres que no te conozco? Esa cara deformada que le recuerda a alguien ya visto, sentido. ¿Quién eres?, vuelve a repetir. ¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha llamado? ¿Por qué? Te conozco de antes. Tu sonrisa hiela, y tu alma es un pellejo seco, áspero y frío. ¿Quién eres que no te conozco? ¿Qué te ha pasado? Me mata esa risa, vacía. Me mata. Sólo me produce frío. Un frío que mata el estío. Lóbrego frío. ¿Qué te he hecho? ¿Por qué? ¿Por qué ahora?

El niño llora. Le parte el alma. La otra mujer habla con la de la bata blanca. Se le ha muerto el alma, le dice, el cuerpo tal vez sobreviva, pero no volverá a sonreír, ha muerto a esta vida.

Todo negro otra vez. El chacal aúlla. El perro está dentro de él, en él, cautivo. Perro amigo. No mueras conmigo. El aullido hiere como amenaza. Una lágrima invisible, imposible, le sale del alma, muerta de vida.

Quiero hablar. Hablar con ese rostro frío, aterido, herido, yerto, ido. No me oye. No me salen las palabras. Siento una asfixia en el pecho que me oprime, como si tuviera una piedra enorme encima de él. Dolor. Un dolor frío. Un dolor que no sabe si es de dentro o de más dentro todavía. Necesita hablar con esa sombra en la sombra, con esa sombra de vida. ¿Quién eres?

El sonido monótono vuelve. Quiere abrir los ojos pero no puedo. Oigo pasos, carreras. Me mueven la mano. Me descubren el pecho. Noto su tacto. Tengo frío. El pitido es constante. Oigo voces, gritos, llanto.

Silencio. Ya no oigo nada. Frío. Una luz al fondo, pálida, que se acerca. Rostros alrededor. Me miran. Sólo uno sonríe. Hay aullidos de chacal. Mi perro no es un chacal, pero es un chacal. No entiendo. Todos los rostros de una vida. Alargo la mano. Sonríe. Sé que eres. Tú no eres. Eres tú. ¿Quién eres? Ven conmigo. Sé tú. Habla. Olvida el aullido. No grites. El espanto es un asesino. Busca dentro, muy dentro. Está ahí. Tengo frío. La mano no me alcanza. No veo nada. Sólo hay vacío. Aunque no vengas seguirás conmigo. Aquella otra no está. Aquella, la de la primavera que vino con el frío, la que calentó los días, se ha ido.

¿Quién eres tú, muerte?¿Qué dices? Vives en el cieno, cautiva de él. Estás muerta. Lo respiras y lo escupes. Sólo bilis. Sólo cieno. Sólo hiel. Vives a través de él. Miras a través de él. No ves. Sólo hiel. Mezquindad, ruindad. Eres como un áspid que muerdes cuando no debes, me inoculas tu veneno. ¿Eras ya así? ¿Quién eres? Vuelve. Toma mi mano otra vez. Muerde y saca el veneno, y escúpelo después. Sácalo de ti. Mira como ríen los chacales, y las hienas. Sólo hay hienas. No seas como ellas. Huye de aquí. Vuelve al cieno.

No veo nada. Estoy muerto. Pero no estoy en el cieno. Sólo muerto. Limpio. Oigo notas en el aire, sonando lánguidas. Y miradas que me miran, con lágrimas en los ojos bellos. Noto las manos que me acarician. Todo es.

2 comentarios:

Pandora dijo...

qué angustia! uff!

Anónimo dijo...

Era el efecto que pretendía crear.
Lo he conseguido por lo que veo.
Besos.
Diego