28/1/10

La canción de un mendigo

Una vez, un mendigo, alcohólico, me dijo más o menos esto:
¿Cuánto se puede arrastrar una persona? ¿Cuánto? ¿Hasta dónde de bajo se puede caer? ¿Cuánto tiempo se puede vivir en el cieno? ¿Cuál es el límite de la indignidad? ¿Durante cuánto tiempo se puede engañar uno a sí mismo? ¿Hasta dónde y hasta cuándo podemos mentir y mentirnos en lo que es la esencia de lo que somos, de lo que queremos, de lo que sentimos? Somos dueños de nuestros actos y esclavos de nuestras palabras; pero que pronto olvidamos, y queremos sepultarlas, borrarlas... Y esto vale para mí y para los que van bien vestidos, pero sobre todo para ellos.
Por eso, dejad que el Dios de los mediocres se apiade de sus feas y podridas almas; no alcéis la mano contra ellos, ni tan siquiera la voz, y permitíos, tan sólo, conmiseración, pues su padecimiento es inmenso y su tormento atroz, y con el tiempo su efecto será multiplicador.
Les desearía suerte, pero la suerte, en el juego, no cuenta.

El que pueda oír que oiga; el que sepa escuchar que escuche.

6 comentarios:

Le Fay ʚïɞ dijo...

Es impresionante la realidad de sus palabras...
Un beso grande :)

Anónimo dijo...

Sin duda que si, Sylvia. Todo un poema sobre la realidad, sobre la vida y todo lo que hay en ella.
Otro para ti.
Diego

Pandora dijo...

Bien dicen que los borrachos y los niños no mienten... verdades como puños!

Anónimo dijo...

¿Verdad que sí? Siempre he pensado lo mismo, aunque a veces ni ellos. Pero supongo que así es la vida. Yo creo que lo importante no está en mentir a los demás como en mentirse a uno mismo. Eso es más triste aún.
Besos.
Diego

Ruth Carlino dijo...

Profundas palabras, sentidas palabras, sin duda, cuando ya no se tiene nada que perder, desaparece el miedo y se alcanza una extraña libertad que muchos envidiamos, y es en este contexto tan desgarrador cuando una persona se hace más dueña de sí misma que nunca y cuando se dicen y cuentan verdades de este tipo. Yo tuve la suerte deconocer a Nadeza, una mujer indigente, y gracias a ella pude empezar a comprender una realidad que mi mente simplista, normalizada, socializada, o como se quiera llamar me había impuesto. No fue fácil, más bien duro tratar con ella y aprender a enfrentarse a los propios prejuicios que antes de conocerla creía a ciencia cierta que no poseía, esos son los peores prejuicios, los prejuicios enmascarados hacia nosotros mismos, no hacia los demás, aquellos que nos autoconvencemos que no poseemos por el simple hecho de creernos buenas personas, tolerantes, y demás, que sólo son demagogias internas, porque en el fondo todos somos buenas y malas personas, la única diferencia está en el grado de presencia de una sobre la otra. La confrontación aunque dura, siempre es necesaria para la transcendencia del ser humano.

Me enrrollé más de la cuenta, pero es que este texto me hizo volver a reflexionar sobre el tema.

Besos querido amigo.

Anónimo dijo...

Aquí es donde debería hacer ese comentario de Nadedza. No te preocupes por enrollarte. Siempre es bueno leer comentarios de esa envergadura, de ese sentimiento, tan alejado del común y fuera de hipocresías.
Besos para ti también. Un placer tu vuelta.
Diego