16/3/10

Eustaquio. Historia de un asesinato. I

Tan sólo una persona necia es incapaz de seguir el camino de la felicidad cuando lo tiene delante mismo de sus narices. Esto siempre es así, tan sencillo, tan fácil, o al menos tan aparentemente fácil, y sin embargo la mayoría de las personas se comportan de esa manera. ¿Es una ley universal o es que somos idiotas?
Eustaquio era un hombre apacible, de pueblo, de los de antiguamente. Como la mayoría procedía de una familia emigrada de la Andalucía profunda a una ciudad industrial. Cuatro hermanos más formaban, junto a sus padres y una abuela, la recua que se había desgajado de la tierra de sus ancestros para buscarse la vida en otros pagos.
Poseía ciertas carencias físicas y mentales, pero lo que más le molestaba era el nombre; Eustaquio no era el adecuado para, a su entender, una vida cada vez más competitiva, donde incluso el nombre era importante para desenvolverse con cierta facilidad.
De eso se dio cuenta ya, cuando, en los últimos años de la enseñanza primaria, los compañeros de clase se reían de él por el patronímico. Al volver a casa, con los ojos enrojecidos por el llanto, había de soportar la ira de su padre, que no sólo no aguantaba la mansedumbre de su hijo sino que además consideraba dicho nombre como el sello familiar. Eustaquio se llamaba él, su padre y el padre de su padre; todos hombres hechos y derechos que se habían dejado la vida en la tierra para sacar adelante a su progenie y que jamás habían tenido el más mínimo problema con el nombre como para que ahora viniera aquel mocoso a dejarse intimidar por los niñatos de la ciudad por una cuestión tan baladí. Y no era óbice, según el padre, que la falta de altura le impidiese hacer frente a aquella pandilla de energúmenos para defender el honor de la familia. ¿Era menos importante Eustaquio que Jonathan, que Vanessa o que Eric? No, ni mucho menos, pensaba el padre. A su entender aquellos nombres no eran sino el símbolo de la degradación de todas las personas que los ponían, el signo inequívoco de la imbecilidad de las personas.
Pero Eustaquio, el hijo, era de otra opinión. El nombre podía perfectamente ser el sello del clan, pero también era la matrícula individual del que lo poseía, y como tal marcaba no sólo el presente del individuo sino también su suerte en los tiempos venideros. Es por ello que aquellas nueve letras se habían convertido en el emblema de todas sus desgracias en el presente y mostraban malos augurios para el porvenir. Aquel sello se había convertido en una lacra que anegaba su existencia en un continuo sufrimiento del que no sabía o no podía salir. Por más vueltas que le daba no encontraba la solución, y mientras su cerebro deambulaba por el mundo de la onomástica, su cuerpo iba ingresando en un proceso de disolución que no tenía visos de disminuir.
Su pubertad discurrió por los senderos habituales de los seres apocados y cortos de entendederas, de los humanos hundidos en su propia miseria. Jamás tuvo amigos, aunque también es verdad que jamás quiso tenerlos. El miedo le impedía acercarse a alguien por temor a la hilaridad, y ello le creaba una desazón que le hacía volverse cada vez más hacia sí mismo. Esa timidez, que pudo volverle intimista o misógino, le convirtió en un ser temeroso, de pensamientos vacuos, y aunque la mayoría del tiempo aparentaba ser una persona repetitiva, durante sus momentos de soledad podía llegar a la excentricidad.
Entró en una empresa de construcción como peón de albañil, donde echó los mejores años de su vida subiendo y bajando espuertas de cemento. Unos dolores de espalda horrorosos y una alopecia brutal fue todo lo que consiguió de la vida en aquellos tiempos. Y todo aquello, pensaba él, tan sólo por llamarse Eustaquio.
Aquella idea se le había enquistado en su cerebro de tal forma que vivía por y para ella. Los días, pero sobre todo las noches, los pasaba haciendo funcionar sus neuronas en busca de un plan para terminar con sus desgracias. Debía acabar con aquella situación y debía hacerlo cuanto antes. A la extrema delgadez había sumado ahora unas ojeras del tamaño de un puño y de una coloración cercana al morado nazareno, producto, obviamente, de las múltiples noches en vela. Después de tantos años, tan sólo, o por fin, depende de la perspectiva con que se mire, había llegado a una conclusión: el autor de su desgracia había sido su padre con su maldito empecinamiento en mantener aquel horrible nombre en su descendencia. Ni que decir tiene que su madre participaba de la culpabilidad, pues no debió mostrarse jamás favorable a la hora de colocar aquel patronímico vomitivo sobre su alma indefensa.

4 comentarios:

Elisabeth dijo...

el camino de la felicidad cuando lo tiene delante mismo de sus narices. Esto siempre es así, tan sencillo, tan fácil, o al menos tan aparentemente fácil, y sin embargo la mayoría de las personas se comportan de esa manera. ¿Es una ley universal o es que somos idiotas?
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oui nous sommes des idiots la peur de l'echec nous a tout retiré même l'envie d'avoir envie
et pourtant
Le jour doit lèver de son glaive nous laver les peines et douleurs du passé
sont elles vraiment douleurs d'ailleurs ?
faut il avoir de reelles déchirures comme (Eustaquio,) pour comprendre qui faut garder les idées pures et ce courage presque hors du commun ?oui
souvent nous nous plaignons, nous les biens heureux en oubliant de poser son regard sur les vrais malheurs de l'autre
c'est pourtant bien dans le regard de l'autre que l'ont voit son propre miroir
alors pourquoi le mot (mepris )est il si present dans nos sociètés ?

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LA PEUR DE LA CHUTE
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la bonne nuit Diego
accompagné d'un baiser
Elisabeth
ps Ecris en espagnol sur mon blog il n'y a pas de problème pour moi ton espagnol et si bien construit que j'arrive a voir la belle personne que tu es derrière tes mots dans ta langue natale

Marisa dijo...

Me llamaron Eustaquio. Relato muy fluido y fresco. Para mí, con un ápice de humor en el que late pura ingeniosidad temática y narrativa.
Estoy deseando saber el desenlace,sé benévolo con él.
Un placer leerte, Diego.
Un beso.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Elisabeth. Llevas razón en lo que dices. Es una muybuena reflexión. Aunque no sé si el desarrollo de la historia de Eustaquio será el adecuado para lo que dices. Esta sociedad es así, y se necesitan muchas cosas y amplitud de miras para ser una persona auténtica, buena persona, de verdad.
Intentaré seguir escribiendo en francés, salvo que tenga prisa o quiera ser preciso en lo que digo.
Que tengas un buen día, y un beso para ti también.
Mil gracias.
Diego

Anónimo dijo...

Gracias, Marisa. Espero que el desarrollo no enturbie los augurios. El humor está y estará. Es algo que tenía un poco olvidado y que he recuperado. Añadásmole un poco de ironía y la vida se hará más llevadera.
Espero serlo, aunque no sé...
Gracias,, y gracias por tus palabras. El placer, siempre, es mío.
Un beso.
Diego