30/3/10

Relatos de los días de lluvia muda y helada

Primer relato.
El desierto es lo único que vive de verdad.
Llevaba demasiados días sin dormir, tantos como recordaba estar vivo, si es que a aquella vida se le podía considerar vida. Se quitó los anteojos y los dejó sobre la mesa de escritorio. Se restregó los ojos, enrojecidos, perdidos en lo más profundo de unas cuencas oscuras, azuladas, con la yema de los dedos corazón de ambas manos. Los abrió. Todo lo que su vista alcanzaba estaba borroso. Parpadeó varias veces y los cerro de nuevo, apenas un segundo, para volverlos a abrir al instante. Los objetos habían recobrado su forma definida, precisa, como el libro que leía. Se echó hacia atrás en el sillón y torció la cabeza a derecha e izquierda, varias veces, hasta que oyó un chasquido. Miró el marrón de la mesa, cogió un papel de color marfil de un paquete que había en el lateral izquierdo. Tomó la pluma que había enfrente y se dispuso a escribir. Apoyó la mano en el papel con la pluma enfrentando el vacío, señalando la ausencia, como un símbolo de lo imposible, de la pérdida, de la incapacidad para encontrar las palabras, como un símbolo del vacío, de la soledad de la nada...

Al entrar, las voces se fueron apagando hasta convertirse en un tímido murmullo que descendía hasta el centro de la sala, en un susurro apenas perceptible. Miró hacia arriba y paseó la mirada. Les despreció. Sabía que pagaban por observar aquel acto, aquella especie de rito que iba a dar comienzo con sus manos, y sabía, demasiado, que el dinero era vital para poder seguir haciéndolo, porque los cuerpos costaban dinero, y cada vez era más difícil encontrarlos, obtenerlos. Se callaron finalmente. El silencio lo presidió todo. Un silencio hermano del silencio.
Se dirigió a sus acólitos. Buenos días señores. Le contestaron a coro, con la misma brevedad. Se acercó a la mesa rectangular que ocupaba el centro del círculo, colocándose ellos en el lado opuesto al que había ocupado el maestro de ceremonias.
La sala, un cilindro grande -coronado por una balaustrada donde la gente se arracimaba, apretadas unas contra otras, con los ojos puestos en la mesa, en la sábana, en aquel hombre, y desde ella, como en cascada, cuatro bancadas de madera cada vez mayores conforme se acercaban al suelo, divididas en tres partes, en unos pasillos estrechos con la finalidad de que las personas pudieran subir o bajar con facilidad-, estaba presidida por un cuadro de considerables dimensiones, en el que la muerte portaba un estandarte donde se leía, en letras mayúsculas: MORSULTI MALIALEA RERUM.
Retiró la sábana, que cubría el cuerpo, con un movimiento brusco, dejando a la vista el cereo cuerpo de una mujer de apenas veinte años. Un oh, de asombro, surgió entre los estudiantes, más de sus ojos que de su boca...

3 comentarios:

Marisa dijo...

Este relato promete. La Muerte como protagonista y recordatorio de la vida. Muy buenas las descripciones que haces, especialmente la del primer párrafo.
A esperar acontecimientos...
Un beso.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Marisa. Me estoy atascando; quería que fuera breve y me está saliendo largo,asi que tendré que rehacer.
Un beso.
Diego

Lara dijo...

En un comentario de una historia te lo puse pero te lo vuelvo a poner aqui por si lo has leido:
lo que me dijistes de que tu no eras un consultorio sentimental yo no te puse nada aunque ponia mi nombre y lo que te dije de que si podiamos hablar en privado me parece que me malinterprete mal me referia , te lo digo ahoa de que si los libros los vendes porque me interesan mucho y me gustaria leerlos.
Perdón por malinterpretarme mal.
Besos, Diego