13/4/11

INXS

Era extraño el pensamiento, y raras las sensaciones. Olía a jara o algo parecido (había olvidado ya la esencia de ese olor -demasiado tiempo sin él-)-, mientras yacía allí, sin nada, o eso creía. La fantasía de un herido, el grito de un cobarde, el aullido de un chacal en la noche cierta. Una luciérnaga dibuja soles o sólo lo intenta entre gamas de ausencias. Se levantó. Sintió el graznido en el camino. Miró en todas direcciones. Nunca acaba Pentecostés, pensó, dibujando una sonrisa helada, descompuesta, y agrietada. El aire, acre, suspendido. ¿De qué está hecha la sustancia de los sueños? -se dijo-. Hay promesas que no se alcanzan, sedas...

Miró la caja y quitó la tapa, Siempre el mismo resultado. El tiempo quieto, pesado. Líneas de amarillo, oblicuas. Óvalos encerrados en un espacio rectangular, diminuto y eterno. Gritó en silencio. La cerró. Sacó dos amapolas arrugadas, aplastadas, del bolsillo de la chaqueta que llevaba, y las dejó sobre la tapa. Una gota cayó sobre ellas con un golpe seco, apenas audible. Se levantó y se fue.

No habría más días, sólo el día. Caminó ahíto sobre las piedras, la mirada ida, entre extraños que miran el agotado andar, los desdibujados pasos. Soñó Verona, pero aquello no era sino un Gólgota ansiado, casi pedido, suplicado quizá, temido también. En la tierra donde huele a sangre, y a higos y a... Y es que a veces respirar duele tanto, y por eso... Y es tiempo de auroras. Ya todo es acabado. Ya es tiempo, el tiempo -se dijo-.

3/4/11

Marrakech

Plaza Djema el Fna. Marzo 2011. Fotografía propia.

La prisa mata, escuché en Marrakech hace poco, tras ofrecerme un pequeño presente -el envoltorio natural de los cominos, del que se aprovechan, allí, la cubierta como palillos- con la intención de que volviese a su tienda a comprar algo, cuando le dije que tenía prisa en llegar a Djema. Se tortuga, diría Lao Tse. Mil veces que vuelva a Marrakech y siempre encontraré mil cosas, en esas mil veces, que me sorprenderán. Tal es la capacidad que esa cultura, ese país y esa ciudad en concreto tienen en mí, al margen de la fascinación que, en mí también, ejercen. Es tan inmensa, en el aspecto sensorial, la amplitud de sorprender de esta ciudad que, en momentos, aturde, y puede, en determinados instantes y por determinadas razones, llevar al agobio. No hay ningún espacio que pueda, con un mínimo de sensibilidad, dejar indiferente. Toda la ciudad huele con una intensidad extraordinaria, y lo hace de una manera distinta a nuestra habitualidad. Pero es al introducirnos en los zocos, y sobre todo en los antiguos, o al cruzar el limes del turista, cuando los olores transforman el aire a cada paso, y de qué manera. Cada puerta esconde un hueco y cada hueco es una tienda o un oficio, de mayor o mayor tamaño, y algunos son mínimos. Se trabaja hacia la calle y para la calle. Todo está a la vista, el producto y su realización. Y todo huele, y huele de una forma distinta. Cada paso que se da es un olor distinto que se ve y que se mastica, que se toca. Hay que abrir la boca y degustarlos. Hay que abrir los ojos y observar los olores con la mirada, dejarse envolver por ellos, notar como se adornan en nuestro cuello y se desprenden conforme avanzan los pasos, como pañuelos de tintes africanos. Y los olores se visten de color como en pocos sitios, y el aire es rojo y azul índigo, es amarillo y argenta, y cada aroma tiene mil matices, y deslumbran y brillan y agotan. La vista no para, y gira en cada giro de cada calle, en cada puerta, en cada mirada y en quien la lleva, en los andares, en los gestos y en las palabras que, a veces, las acompañan. En pocas ocasiones se puede uno encontrar con tal gama cromática tantas veces repetida, tan intensa. Es una ciudad viva, de las más vivas que me he encontrado. No llena de gente, que también, sino viva. Una ciudad donde los ritmos vitales acostumbrados deben ser dejados de lado so pena de no saborear los autóctonos con la intensidad que requieren. La prisa mata. Ahí es cierto. Lo malo, o no, es acostumbrarse a la frase. Hay que hacer un esfuerzo para no volverse loco de tanto donde mirar. Es difícil escoger donde posar los ojos. Es la redención de los sentidos, o su condena. No sería extraño caer presa del síndrome de Balzac, aunque en este caso no por el Arte sino por elementos ajenos a él, por los olores, los colores, los gestos, los sonidos... Hay que anclarse a Djema, colocarte en su centro, de día, y dejar vagar la vista, ahora aquí y ahora allá, mientras se siente cómo la llamada a la oración te envuelve desde todas las esquinas, desde todos los minaretes de las mil mezquitas de esta ciudad de ocres, colorista, al tiempo que la complejidad de sonidos suben y bajan, entran y salen al compás de tantas cosas, de los gritos de los vendedores, de las conversaciones de los corros, de la música de la ghaytah, de los tambores, de las lenguas, de las motos y de los coches, de los silbidos de los que conducen bicicletas, que cruzan todos, casi al tiempo, entre las gentes, en un deambular perpetuo de niños y viejos, de mujeres y hombres, de gentes del sur y del norte, de las montañas y del desierto, de la ciudad y del extranjero. Nadar entre el asombro. Sentir la llamada. Quedarte mudo. Escuchar el sonido de Dios entre tanto alboroto. Cabalgar el ruido. Y en la noche mirar las danzas entre los corros, de hombres y de mujeres y de travestidos, escuchar las salmodias de los augures, las historias de los cuentistas, de los predicadores, de los encantadores, de los vendedores, escuchar el sonido del misterio. Cenar rodeado de ellos y con ellos, vestido por el humo, ente los olores tan intensos de la comida... Vivir allí, en ello, con ellos. Hay un sentimiento, en algunos, como de estar perdido (y no son ellos), deambulando sin un ancla, sin un dónde, como con miedo, como si se entrase en un sitio excesivamente conocido y sin embargo extraño, muy extraño, ajeno, que no es tuyo, que no es tuyo pero que ansías, como vivido hace tiempo. Y este sentimiento, este pensamiento vale también, quizás, para la vida de uno, en la mayoría de los tiempos, en el propio mundo, en el que sobrevivir es, incluso, no ya un ejercicio vital sino un esfuerzo. Y un paso más allá está este otro, tan poblado, tan sediento, tan lleno de olores, de sabores, de colores, de movimientos. Todo un regalo para el alma, y para el cuerpo. Marrakech es preciosista, y quizá algo decadente, a su manera. Es África y Oriente. Es, simplemente, Marrakech, un lugar donde perderse y tal vez, si se sabe ir, encontrarse un poco o encontrar simplemente. Y aun lamentándolo cada vez más occidente. De cualquier forma siempre será, por lo que seguiré volviendo, bajando, adentrándome.

29/3/11

Los matices del color

Marrakech. Marzo 2011. Fotografía propia.

Descubrí descuidadas flores, pisadas por el hálito del desdén, ajadas, como la cuarteada piel de una mujer malgastada, jamás soñada, esperando un edén que no llega. Es tan fácil vivir entre las flores que son de plástico. Y tan terrible, sin embargo. Tan falaz como un eterno trago de mescal en el lóbrego patio trasero de un burdel de carretera, entre unas manos cualesquiera, que no acarician. Y ya no hay desconsuelo, sólo letargo. Las lágrimas se agolpan en las cuencas creando mares. Nunca hay ríos de llanto. A veces cae una suave lluvia, de seda, sobre mi cara. Y huele a hierba y a lavanda. Tan sutil es esa mirada que regala tactos de dentro, tan delicada. Hay un ramo de lirios y de azucenas que no marchitan, sobre una losa, fría, y un epitafio breve y sencillo, casi callado, que dice... palabras, sólo palabras.

22/3/11

The catalyst

Ayer encontré un papel arrugado en el suelo. Lo cogí y lo leí. Lo memoricé y lo dejé, con reverencia, otra vez en el suelo, como si fuese el altar y el papel el objeto consagrado. Me fui lento, callado y lento; cabizbajo y pensativo, casi muerto.
Decía:
Me quedo aquí. Siempre quise morir tumbado, rodeado de los míos; sin embargo he de hacerlo solo y de pie, y descalzo. No sé si sirve ni si sirvió de algo, andar así, caminar como un desterrado, o como un franciscano -voces en ambos sentidos saldrán, las unas en susurro, las otras ladrando-. No puedo más, y juro por Dios que soy de esfuerzos titánicos. Necesito enraizarme a la tierra, sentirme anclado. Vivir como un nómada y hacerlo descalzo te deja lacerada el alma ante tanto espanto. Y es que los ríos de la infamia hieden, y Asisi queda tan lejos y yo no soy un fratelli.
No hay efebos sin pústulas. Necesito Tiempo.
Bebí la vida como un cosaco. Y ahora...
Viví las guerras como mis guerras, como la Guerra. Anduve por los yertos campos, entre cuerpos mutilados, fragmentados, casi como un poseso en busca de algo, en busca de mí, en busca de ti, en busca de un hombre. Diógenes moderno, agotado, cansado, muerto.
Me quedo aquí. Hay tantos tonos de verde a mi lado. Hay tanto que mirar, tanto que ver. Sin embargo... se me cierran los párpados.
Hay un francotirador arrodillado, a lo lejos, camuflado, que mira algo en en la línea del horizonte. Hay como un espantajo, que perdió la dignidad en el camino de las sombras, movido a impulsos de un viento helado, clavado a una mirilla, crucificado, en un tiempo que no es tiempo, sin espacio. Pero, ¿ya muerto Caravaggio, qué retiene el tiempo? La dignidad es un pesado fardo, incluso puede que sólo un punto de vista.
Me quedo aquí, de pie. Estoy cansado. En el fulgor del último momento, con la brillantez del sonido, tras la línea dibujada en el espacio por ese objeto metálico.
Una vez leí: “Si el resplandor de mil soles fueran a estallar a la vez en el cielo, eso sería como el esplendor del Todopoderoso. Yo soy poderoso, tiempo de destruir el mundo”.
Sólo lo transcribo, y aun así no sé si es lo que debía hacer en ambos casos. No puedo quitarme esa canción de la cabeza.

14/3/11

Haití. Cuentos Solidarios III -Líneas sin sombra-

Ya ha salido el volumen III de Cuentos Solidarios. Apenas nada, pero para Haití un mundo. O eso espero. Cuando la noticia desaparece de los medios de comunicación desaparecen, también, las ayudas. Por eso insistimos en ese país. Haití ya era uno de los países más pobres del mundo; tras el terremoto... Pero ya no está en los telediarios ni en los periódicos; y ahora está Japón. Haití no existe. ¿Existió?
Todos los beneficios de su venta son para ese país. Espero que sirva de algo.
Empezamos hace tres años y me parece una eternidad. Seguimos.

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12/3/11

Tienes nombre de oasis

Hay quien se ciega, incluso, con el halo de la luna. Levantan la mirada en la noche y sólo ven algo, como gotas de agua, brillantes, suspendidas en un papel de cartón que todo lo cubre, oscuro, un poco más arriba del espacio que habitan y por el que se mueven.
Y a veces, sólo a veces, sale el sol y alarga su sombra. Una más de sus bombillas vitales.
¿Habéis visto el baile de las luciérnagas en la noche?
Sonreí, pero apenas miró, apenas estuvo. El miedo es libre y siempre es de noche. Una noche de cartón plagada de gotas de agua que brillan.
Y sé... Y sé que la venganza del amor sólo es un mar de sargazos, y la del deseo... la del deseo es el amor, ese extraño que comparte mi espacio vital. Todo un exceso.
Tienes nombre de oasis.
Yo he visto llorar las estrellas, al levantar la vista para mirar. Otro de mis excesos que no puedo evitar.
Tienes nombre de oasis.

6/3/11

Tal vez

De lejos era un objeto sin importancia, o lo parecía; poco llamativo. Un trapo en sí mismo, sin más. De apariencia delicada, eso sí, pero que, debido a unas manchas que el sol resaltaba, le hacía parecer si no usado si desgastado, o afeado, por las inclemencias atmosféricas, tras llevar allí, con toda probabilidad, varios días. Tal vez tirado, tal vez usado. Tal vez por otras circunstancias, tal vez. O era un análisis excesivo para una simple percepción visual.
La vacuidad intelectual que un exceso de alcohol -sobre todo si forma parte de tu atuendo existencial- provoca en la mente, es tal que, a veces, lo que ves es como un complejo juego de espejos en el que se reflejase un espejismo. Y mi vida era, en aquel momento, un Sahara vital, eterno e infinito, regado de vodka sin hielo. ¿Las razones? Los eriales emocionales son tan oscuros que es absurdo intentar esclarecer los abismos, más si se carece de candil, siquiera, para poder dar un paso sin caerte en ese pozo sin fondo.
Escribiré, tal vez, esa larga historia de desechos que es mi vida, pero deberé escoger entre ir a comprar un lápiz -pues el que arrastro por el papel está mordido (y eso perturba, aun en estas circunstancias, mi sentido de la estética) y es tan pequeño que apenas puedo usarlo sin hacerme daño en los dedos- o seguir degustando este horrible vodka que sublima mis recuerdos, tal vez, no estoy seguro, o los despedaza. No lo sé. Y siento, pero claro, es sólo una percepción basada en el sándalo alcohólico, que primará mi deseo de seguir soñando. Tal vez, sólo tal vez. Y suena Tom Yorke.
Como dijo el sabio Homero cuando fue abducido: “No me comáis extraterrestres, tengo mujer e hijos, comeos a ellos”. Pero claro, él era Homero Simpson, maestro de tanto, y yo un simple mortal que ha visto un pañuelo de seda en la calle, ensuciado tal vez, sólo tal vez, por los humores del vodka.

28/2/11

Allegro ma non troppo

Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, Albert Einstein
Carlo M. Cipolla, el gran historiador italiano, me resulta cercano por mi formación, pero en esta ocasión -no podía ser de otra forma- lo traigo aquí por razones que nada tienen que ver con la Historia.
De él, ahora, me interesa exponer su famosa Teoría de la estupidez. ¿Las razones? Quien haya estado vagando por aquí seguramente podrá entenderlas; quien no, probablemente echando un vistazo a su alrededor las encuentre.
Es un tema que, tras leer a Ortega, Borges y tantos otros, pero quizá la relectura de estos últimos en algún aspecto muy concreto, me llevó a repensar al respecto de la estupidez humana. ¿Y qué mejor que traer a la luz de esta página la magnífica Teoría de la estupidez, de Cipolla? La intelegencia sonreirá e inclinará la cabeza, la estupidez seguro que estirará el cuello con desdén.
Pues aquí está:

Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.
Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad.
Nos queda aún por explicar y entender qué es lo que basicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras en qué consiste el poder de la estupidez. Esencialmente, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta dificil imaginar y entender un comportamiento estúpido.
Una persona inteligente puede entender la lógica del malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un "más" a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un "más" para sí, procurando también al mismo tiempo un "más" para los demás, deberá obtener su "más" causando un "menos" a su prójimo.
Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si es racional uno puede preveerlo. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo, y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.
Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que: generalmente el ataque nos coge por sorpresa incluso cuando se tiene conocimiento del ataque no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo carece de cualquier tipo de estructura racional.
El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque.
Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez.
Al contrario de todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.
No hay que asombrarse de que las personas incautas, generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez.
Sería un grave error creer que el número de estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en la sociedad en declive los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos por la actuación permisiva de los otros miembros.
Un pais en ascenso tiene también un porcentaje insolitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción de los estúpidos, y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.
En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos.

Carlo M. Cipolla

22/2/11

Nuestros silencios

Nuestros silencios. Del escultor mexicano Rivelino. Roma 2010
Llovían palabras ausentes, vacías, sin sentido, sin sonido alguno que les diera, al menos, apariencia; caían lánguidas, envueltas en pompas de vapor de agua que, al golpear el suelo, se transformaban, ausentes de sonido, en perlas brillantes.
Véndeme palabras, me dicen. Yo les venderé silencios, y más caros.

12/2/11

En la ciudad de los muertos

Les gustaría meterte en un sepulcro y apartarte, obligarte a deambular en la ciudad de los muertos, salvo que aceptases ser como ellos, sumido en la estupidez general, rancio, soez, malpensante y maledicente. Y es que están podridos por dentro.
Si les das la mano no sólo te exigen el brazo sino que te la muerden y piensan desde su pútrido interior que quieres algo. Son así de tristes y de indecentes. Pero si no se la tiendes... Si sonríes suponen que eres taimado, que escondes algo, que buscas algo. Son así de retorcidos y desalmados. Pero si no lo haces... Hagas lo que hagas estás cautivo, perdido. Por eso siempre prefieren a los drogados y a los vendidos, a los como ellos o parecidos, antes que la verdad y la naturalidad, antes que a los distintos.
Y qué difícil es andar entre la gente. Qué difícil y qué cansancio produce. Dan ganas de abandonar, de convertirte en un autómata vital, invisible, vulgar; realizar un horario y no hablar, ni sonreír, ni tan siquiera mirar.
O eres un vampiro de mirada pérfida, lengua viperina y alma pútrida o tratarán de enterrarte vivo, en un sepulcro, en la ciudad de los muertos, y ahí deambular; porque los muertos no necesitan más. Los vampiros, en cambio, sí, la sangre de los demás; para ellos es vital.

30/1/11

Veredas frías

Cuadro del pintor ecuatoriano Milton Estrella Gaviria, de su serie "Árboles muertos en veredas frías".

Como cuando todo se eleva.
Como la lluvia que cae sobre hojas no escritas.
Entre nanas que no se cantaron viven los niños que nunca lo fueron, que no son nada. Entre aires de dentro respiran las hojas caídas, al calor de una vela apagada.
Y miran, y vagan, con ellas, figuras que apenas ya andan entre las nadas; apenas presencias, apenas...
Como cuando todo se acaba.
En colores de noches cerradas, en desteñidas jornadas de ríos que no llevan agua, en noches sin luna.
Tránsitos lentos por rotos espacios, en leves murmullos de preces a nadie, más allá de la nada, al vacío, a la muerte, a Dios.
Como cuando todo se eleva.
Como cuando todo se acaba.

25/1/11

El río de las sombras. IV

Y todo son recuerdos, imágenes que no sé ya...
Yo era un hombre tranquilo que sólo soñaba. Ahora no sé lo que hago, lo que siento o lo que soy, ni tan siquiera dónde estoy. A veces pienso que el diablo está en todas partes.
Llueve sin parar y sin límites. Recuerdo, a veces, las tazas de loza, finamente decoradas, en las que mi madre servía el café por las mañanas, y la luz que entraba por la gran ventana del salón, cuando desayunaba. Ahora parece que vivamos en el fin de los tiempos, como si Dios hubiese cerrado los ojos y se negase a ver el punto a que ha llegado su obra. Todos hablan todas las lenguas, pero nadie se entiende, quizás porque nadie escucha, ni siquiera a uno mismo. Sólo se oyen alaridos silenciosos. Es el tiempo de la utopía de la soledad y de la tristeza. La nieve cubre los agostos con un manto que ensombrece y hace enloquecer.
Es como si la tierra quisiera que muriésemos todos, lentamente. Nunca hay un mañana para los que no supieron trascender el presente, para los que olvidaron el pasado; sólo ilusión y días bastardos. En el caos es fácil invocar a los dioses, pero no oyen o no quieren escuchar, es el tiempo del hombre, sin hombres, y sin dioses a quien invocar. Olvidamos las leyendas y los mitos para centrarse en la nada, en el vacío, en el posibilismo de un ahora material plagado de vacuas promesas. Nadie quiere forjarse su destino, transformarse uno mismo en leyenda, ser la propia leyenda o formar parte de ella; prefieren no ser nada, ser nadie, formar parte de una masa ingente de dirigidos, de autómatas bastardos de la humanidad, sin alma, sin vida, grises formas de la nada. Y así un día y otro día y otro día más, durante toda la eternidad gris.
Y aún no estoy muerto. Ahora me muevo, entre estas cuatro paredes, por secretos océanos, cabalgando olas de nívea espuma, en busca del color alado. Sé que existe, que está en alguna parte; yo lo he visto.

17/1/11

El río de las sombras. III

La niña, sentada sobre la alfombra, roja, de la habitación, jugaba con unas barras de hierro imantadas y unas bolas, tratando de crear formas, letras y números. Tenía los ojos de color azul verdoso, siendo el azul como el halo del verde; grandes y de forma almendrada; con unas pestañas eternas. El pelo no muy largo y recogido atrás, en una pequeña cola, bastante alta; los labios carnosos y sonrosados; la cara ovalada. Su piel era blanca y cálida, suave. Llevaba una sudadera roja, de Hello Kitty, con el dibujo y el nombre en blanco, y unos pantalones del mismo color.
Hacía calor en la habitación. Mira papá lo que he puesto. Con las piezas había escrito su nombre. La miró sonriendo y le corrigió la última A. Al cabo de cierto tiempo le dijo que recogiera todas las piezas y las metiera en su bote para guardarlas. Le costaba deshacer algunas de ellas, que se habían pegado, ya que al separarlas se unían a otras por efecto del magnetismo y la proximidad de todas. De repente las tiró todas y levantando la voz dijo: ¡Ay, qué lío! No pudo, él, reprimir una carcajada y, acercarse a ella, abrazándola y repitiendo, qué lío, qué lío, hasta conseguir una sonrisa en sus labios. La besó.

5/1/11

El río de las sombras. II

Vamos, le apremió su padre. Abrió la caja con una lentitud extrema, y un olor especial, jamás olido, invadió su nariz. Un olor que jamás olvidaría. El sonido se hizo más intenso, pero apenas algo más. Miró por la rendija de aquel mundo que había abierto, pero la luz que pasaba era tan escasa, tan tenue, que apenas dejaba ver lo que guardaba su interior. Ligeros movimientos de formas indefinidas, y un murmullo constante, como si mil bocas diminutas estuviesen murmurando una oración. El sonido de un mundo en miniatura, de un mundo ajeno al suyo, ausente; las preces silenciosas a un dios disminuido; en éste, y ausente, a la vez, de éste.
La levantó del todo, vio, y la luz se hizo. Movimientos incesantes y un ligero aumento del sonido, más nítido, más intenso, más cierto y real, más música que sonido. Un mundo verde y blanco, como un campo de lirios. Pureza. Nunca había visto tanta belleza en un espacio tan pequeño, en un mundo tan aparentemente intrascendente. En ese momento supo lo que debió sentir Dios cuando separó la luz de las tinieblas e iluminó el mundo. Hágase la luz, dijo en voz baja -para que su padre no lograse entenderle-; y la luz se hizo, continuó sin dejar de mirar aquel cuadro de extrema belleza, limitada a una pequeña caja de zapatos Gorila, blanca y gris. Tan sutil, tan perfecto. Pureza.

Tenía un breve recuerdo en blanco, como aleteos, como si pequeños papeles, cortados con cuidado, cayesen revoloteando en una pesada atmósfera, entre motas de polvo en suspensión, movidas a impulsos de aire, que las elevan levemente para volver a dejarlas caer hasta posarse, casi con timidez, en el suelo. Pequeños papeles blancos posados en el suelo. Plumas blancas de extraños pájaros, pequeños como mariposas.

El mundo es frío y oscuro, desapacible, fuera. Es como si toda la tierra hubiese sido cubierta por millones de kilómetros de hilo de araña y sus habitantes se hubiesen convertido en seres abúlicos, esperando a ser devorados por los señores del gris, arañas que tejen eternamente las mentes. Ya sólo quedaba el interior. La muerte es un don en este mundo gris, donde hasta el simple hecho de andar se convertía en un mero trámite, en un estar esperando en el pasillo que conduce al Averno, si es que el Averno no lo había ocupado ya. La muerte es un don, y sin embargo nadie hacía uso de ello en beneficio propio. Ahí radicaba la extrañeza del hecho.

24/12/10

El río de las sombras. I

La habitación es absolutamente desapacible. Diez metros cuadrados ocupados por un retrete, un lavabo y un camastro -apenas vestido por una sábana, una almohada y una manta gris con unas rayas negras, descoloridas-. Sobre él, en el rincón del cuarto, un hombre se recoge las piernas con los brazos, casi contra su pecho. La cabeza se mueve constante y rítmicamente hacia delante y hacia atrás. Los ojos cerrados. La cama deja escapar, apenas, un leve sonido, como de rozadura metálica, como el ronquido de un agonizante en los postreros momentos. No hay ningún otro sonido en el espacio, como si el mundo se hubiera parado y él fuera el único ser vivo, y aquel sonido el ritmo de la respiración de un planeta vacío.
Los techos son altos, blancos como las paredes, de un blanco sucio, rayadas, desconchadas, con algunos dibujos apenas perceptibles por el paso del tiempo, la suciedad y la humedad (líneas rectas, círculos, espirales, a veces superpuestas; frases sin sentido, que quizá lo tuvieran en otro tiempo o para otros habitantes del lugar, pero no para él).
En la pared más estrecha, en la opuesta a la que está la puerta, hay una ventana, enrejada, que deja entrar la luz del día, una luz gris, casi lunar, iluminando la puerta de hierro carcomido por el tiempo, desde el suelo hasta su final. No hay más fuentes de luz que esa. El resto de ese mundo que habita es penumbra. Un espacio frío y gris.
Él sigue con su movimiento de cabeza adelante y atrás, con la mirada fija en las oscuras líneas que separan las grises baldosas del suelo.
El camastro deja de rechinar. El último rayo gris de luz, del exterior, ha desaparecido. La oscuridad es casi total. Gris casi negro.

Tenía la sensación de estar en una caja de zapatos, como aquellas caja de zapatos de su niñez. Zapatos Gorila. Negros, fuertes, de piel, y con una gruesa suela de goma, negra también. La caja blanca por fuera y gris por dentro, de un gris burdo, mortecino. Vacías sus paredes de todo. Planitud. Un mundo liso y gris, vacío. La única vida era él, y no sabía si era o estaba, y quizás ni tan siquiera esto.

Le extrañó que su padre le diera -con una sonrisa en los labios- una caja de zapatos -, ya que los que tenía no estaban, aún, rotos. No hacía ni dos meses que se los habían comprado. Además, normalmente, su madre se los probaba por la noche, cada vez que le compraban un par nuevo.
Al mirar a su padre vio su extraña sonrisa. No era una persona de sonreír, su padre. Del interior de la caja nacía un apenas perceptible sonido, casi inaudible si había cualquier otro sonido en el ambiente. Hipnotizado por él, dejó de mirar a su padre, como inquiriendo, y posó sus ojos en la caja, en la tapa, como si tratase de ver a través de ella, pero sin abrirla, temiendo romper la magia del sonido. Un sonido extraño, que jamás antes había escuchado. Áspero, continuo.

29/11/10

Lluvia sobre adoquinado

No sé cuál es la ciudad. No logro ubicarla entre las que hay en mi recuerdo. Ninguno de los suelos que he pisado se corresponde con ella, ni las calles deambuladas, ni los balcones ni las ventanas traspasadas o cerradas. Y son todas, sin embargo.
Lo que sí tengo claro es que está lloviendo sobre un suelo adoquinado de una ciudad de calles cortas y no muy anchas, con continuos zigzag que la convierten en una espiral eterna, para perderse o encontrarse, donde las personas están pero no están; tal vez dentro, sin duda, o quizás no, no lo sé cierto.
Todo es gris, quizás por el efecto de la lluvia, o por el de recrear. Que no hay colores es evidente. No sé si es así siempre, no lo sé, tampoco sé esto.
Y de repente un interior, desconocido también.
Una máscara, de un lúgubre blanco, impoluto y ausente. Sin sonrisa, sin expresión alguna. Carece de cabello. Una lágrima, en negro, brillante, le escurre por la mejilla creando un reguero de azabache que se detiene, como suspendida, en su mitad, ajena, en ese mar de palidez extrema. Los ojos ausentes, vacíos. Mirada falaz y desapacible, como una hiedra negra que dijese palabras que no son sino ausencias, falsas letras de nada alineadas tras la cara; como una mantis, como una araña que espera y teje, que hiela y mata. Ausencias presentidas y negadas.
Yo desordené las letras tratando siempre de encontrar la magia para poder llegar a los oídos de Dios. No me sirvió de nada. Maldito Abulafia.
Fuera de la máscara sólo hay vacío, y dentro sólo hay nada.
Sigue lloviendo sobre el adoquinado. No sé el nombre de la ciudad, ni tan siquiera su lugar exacto. No sé si fui y luego expulsado. Un segundero late al ritmo monocorde y constante de una melodía que persigue el tiempo bajo el sonido de la lluvia sobre el adoquinado. Me recuerda Linkink Park.

15/11/10

En silencio

Encerrada en el cristal de una lágrima.
Tan extraño es el dulzor que derrama. En sangre, se derrama en sangre.
Silencio; en silencio vivo, en la carretera, en los márgenes.
Vivo, o lo intento más bien, en busca del olor de la belleza, como un poseso, como un loco poseso de una idea.
Despacio a veces, en silencio. Siempre callo; porque sólo cabe en mí, cuando siento, el silencio.
Aparto el néctar por beber de ahí.
Es extraña la sensación, de un dolor inmenso. La belleza es así, silencio. Dolorosamente inmensa. Silenciosa.
Yo he oído germinar lágrimas de cristal negro.
He visto la música de la hierba, en primavera.
En silencio.

7/11/10

No hay silencios

A veces llueve a cántaros y a veces para, pero el agua no deja de caer. La llave no entra con facilidad en la puerta. Subo. La escalera tiene el pasamanos raído, como si le hubieran dado mordiscos. Es imposible acariciarlo. El color perdido, manoseado.
En el rellano hay una niña. Ojos tristes. Necesita un comentario, pero no sé qué decirle. Creo que se lo dije ya todo, antes, aquel día que la vi por primera vez, abajo, en la calle. No me creyó. Prefirió subir por el ascensor, con otras personas, o eran las sombras de otras personas, no recuerdo bien. No quería escaleras. Le costaba. Prefiero no andar, e ir con ellas, me dijo, creo. ¿Qué haces?, le pregunté. Espero las sombras, para ir a una fiesta, me contestó. Está bien, le repliqué, y tras mirarla detenidamente le volví a preguntar, ¿te gustan las fiestas? No, todas son iguales, dijo, pero tengo que ir, pero no por la escalera, no quiero andar más, cuesta, cuesta llegar arriba. Los ojos tristes. El cuerpo desconchado, como la escalera. Tal vez sea eso. No sé.
Un perro ladra en algún lugar. No es el mío. Hay una maceta de flores de plástico en el rellano del tercero.
La lluvia sigue cayendo, impertérrita. Oigo su llanto cuando golpea la noche, en los adoquines de las desiertas calles. No hay silencios.

1/11/10

Basura

He tenido noches muy oscuras, y muy largas y muy frías; tan frías como el suelo en el que me sentaba, en un diminuto cuartito vestidor…
Sentada, apoyando mi cabeza sobre mis rodillas, llorando… Sosteniendo en mi mano… un arma; un arma más fría que la propia noche…
Nunca olvidaré… su tacto, el tacto de ese arma… su tacto siempre helado.
La acariciaba… la miraba… y pensaba… lo fácil que era apretar su gatillo… y ya… se acabó. Era demasiado fácil… Sólo había que tener un poco de valor.
Necesitaba descansar, dejar ya de luchar…

25/10/10

Locuacidad

La locuacidad, unida al insano estigma de la estupidez, se ha convertido en una pandemia del mundo moderno. La vida está llena de locos del verbo, que mantienen en guetos a los dominadores de la palabra. El silencio es un delito que se castiga con el destierro.
Amantes, como las moscas, del zumbido constante, perpetuo. Amantes, como ellas, de los cuerpos descompuestos, y también de lo extremadamente dulce. Siempre dando vueltas en torno a nada, en torno a alguien, cualquiera. Siempre en la molestia.
La locuacidad de la nada es un valor en alza. Se ensalza a quien más habla, no a quien más sabe. Lo importante es el sonido, no la palabra.
Mi perro, me parece que anda preguntándose por el camino al desierto, donde habita el silencio, pues mira siempre la arena con aire de nostalgia y de deseo. En este mundo de ruido ya ni las orejas levanta. Bosteza y mira. No hay palabra. Algún día dejarán estos de mirar, y entonces…, creo que piensa, pero no estoy seguro, pues nunca dice nada, y además es un iconoclasta.
Empiezo a notar la meticulosidad del
tiempo, y la frugalidad del espacio. Al menos no soy alopécico, me digo, aunque no sé qué tiene que ver esto con el resto.