26/12/08

La espiral de la vida


Brilla intenso el sol hoy. Calienta. La playa está vacía. Apenas unas cuantas personas por el paseo marítimo y tres o cuatro más por el borde de la arena, junto al mar. La luz es clara y aspira los humores. El mar calmado. Apenas alguna ola se atreve a romper esa paz. Suena Rekoner. Siempre el placer de escuchar esa canción. El alma se desliza al interior y al exterior. Te une al entorno. Te desplaza. El claro marrón de la arena recién alisada termina en el azul del mar que se estira hacia el horizonte en una gama de azules rota por la línea que marca su unión con el cielo en una oposición de los mismos colores de azul como un triángulo de sólo dos lados que terminara en mí. Y detrás las ocres montañas quebradas, rompiendo el horizonte, oponiéndose a la rectitud del mar. Líneas rectas y onduladas. La vida ahí. Personas que andan solas. Personas que pasean la mirada sin apenas ver. Colores, aromas, sonidos que se pierden en el desinterés. Así somos. Inconstantes. Apáticos. Negados al ver, y al oír tal vez. Siempre nos negamos. Unas chicas juegan a balonvolea. Cuerpos bruñidos por el sudor. Una chica me mira. La miro, pero mi mirada la traspasa y se pierde más allá. En la línea del mar, en los brillos que el sol hace en el mar. Amarillos, casi cristal. Parece impresionismo pero es puro azar. El de la naturaleza. Belleza que nadie explora porque no sabe mirar. Nos la negamos en busca de algo que no está, que es pura nimiedad. Suena Rekoner. Placer. Me mezo ahí. Una mujer está sentada de lado en un banco. Es de mediana edad. El móvil en la mano. Espera. En su cara la tristeza. Tristeza y ansiedad. Quiere hablar, pero… ¿quién habla? No se habla ya. De ahí los errores. Perdimos la capacidad de hablar, de dialogar, desde el interior. Nos perdemos en la superficie y no escuchamos lo esencial. De ahí los fracasos. Nos abandonamos en nuestras ideas y no las constatamos, no las dialogamos. De ahí los malentendidos. Nos cegamos. Por eso no avanzamos. La ausencia de palabras sólo provoca hechos que parecen darnos la razón. Y la espiral crece sin parar y sin vuelta atrás. Perdemos el sentido de lo sublime, de la palabra, de escuchar. Pero cerramos los oídos para quedarnos con ideas preconcebidas, con juicios que no sabemos controlar. Y crece la espiral. Y cuando queremos intentarlo quizás es tarde ya. Callar es tan difícil. Callar para escuchar. Inconstancias aun sabiendo dónde está la realidad y la verdad. Pero nos la negamos. Y crece la espiral. Necios. No sabemos dónde está la realidad. Nos la negamos con una inconsciencia digna del más absoluto patán. Mirar, saber mirar. Oír, saber escuchar. Vivir, saber amar. Pensar bien, hablar bien y actuar bien decía Zaratustra. Olvidado maestro, olvidadas palabras. Por ello la demencia predica siempre el castigo y el olvido y que todo es digno de perecer. Y el que castiga al otro se castiga a sí mismo en una vana buena conciencia. Y todo ello se traduce en el sufrimiento de no poder querer hacia atrás. Maldita espiral. Cerco en el que nos encontramos sin saber salir. Suena Rekoner. La belleza inunda el alma. Aprender a mirar. Aprender a escuchar. Aprender a estar. Saber vivir. Sólo esa es la verdad. Pero nos la negamos. Hay que saber cerrar la espiral y volver al origen y empezar. Pero hay que saber hacerlo desde el saber mirar, vivir y escuchar. Cerrar el círculo y empezar con lo que se quiso desde un buen principio, con un brillante final. Recorrer el camino hacia atrás y saber dónde está la auténtica felicidad.

No hay comentarios: