17/1/09

La suave caricia del mar

La noche es estúpida. Salir es perder el tiempo en el absurdo. El bar está lleno. Arriba un saxofonista toca acompañando la música que los pinchadiscos ponen. La mayoría de los que están ahí son hombres. Es el bar donde suelen ir los estudiantes extranjeros. Moda. Ahora está lleno de esos tipos que buscan. Miradas podridas. Hipócritas. Buscan lo que no quieren mostrar, pero son demasiado evidentes. Un gran número de rasurados por falta de pelo, no por moda. Se mueven a descompás. Grupos heterogéneos. Vacío. Vacío y soledad. Dos mujeres de mediana edad al lado. Una operada, la otra por operar. Buscan también. Miran en esa búsqueda. Ya casi todo da igual. Todos nos miran. La miran, me miran. Siempre igual. Miradas obscenas. Miradas vacías. Y así todas sus noches. Esperando el fin de semana, la noche, para buscar. Soledad. Agonía. Sonrisas tristes, falsas, vacías. Nada cambia. Todo sigue igual. Necesito otra cosa. Es un error estar ahí, una pérdida de tiempo, de vida. Mejor el mar. Es tarde, pero apetece. Necesidad. Necesidad de respirar. Pero respirar de verdad, en paz, en soledad. Esa soledad que te el mar, donde el silencio es amenazante. Donde la mirada se pierde en lo inabarcable. Mejor el mar. La tabla, yo y el mar. Paz. Riesgo. Soledad.
Un water Start en la oscuridad es siempre especial. Siento el viento en la cara nada más. El hálito de los dioses. Frío contra el rostro. Las saladas gotas del mar me golpean. Salinidad. El pelo, mojado, se me pega en la cara. Oigo el sonido del viento contra la vela. No hay más. La empuja a intervalos. Ciño para ir hacia dentro. Me deslizo suave, lento. La oscuridad es cada vez mayor. Las luces de la ciudad quedan lejos, a popa. Débiles puntos en el horizonte. Nada importa. Quiero coger la ola. Esa ola. Es deseo de conquistar esa belleza indómita que tiene el mar. Puedes, incluso, acariciar la idea de la Muerte, como en la montaña cuando escalas. Dentro son poderosas. La oscuridad acompaña. El frío es intenso. Los brazos en tensión. Las manos sujetando la botavara, guiando. Los pies apresando la tabla. Una trasluchada aprovechando la ola. Vuelo. Me levanto. Horizontal con el mar. No soy. Soy el viento. Aire, sólo soy aire. Goteo. Floto. El poniente sopla fuerte. Me lleva. Me eleva. Caigo sobre la dura mar. Siento como mi cuerpo reverbera. Aprieto las manos sobre la botavara. Los cabos del arnés se tensan. Mi cuerpo también. La mente libre. Vacío. No pienso. Me vuelvo hacia la playa. Vuelo. El viento me da en la cara. Los ojos abiertos. Vuelo. Siento la velocidad en mi cuerpo. Adrenalina en mi corazón. La sangre corriendo por dentro. Intensidad. Vida. Llego. Muerto. Desengancho el arnés. Me dejo caer al agua. La vela cae al otro lado. Me siento en la arena. Sonrío. Siento. Me tiembla todo. Vivo. Necesito un tequila. Necesito tequila. Estoy vivo. Me siento vivo. Me siento en la arena y espero la salida del sol. Mil veces que lo veo y mil veces que me produce el mismo asombro, la misma emoción. Belleza. Rompe continuo y lento, despertando el color. La gama de naranjas es prodigiosa. La luz se hace y el azul comienza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Diego...

Lindo escrito. Recordé lo vigorizante que es el mar, lo inspirador... me has refrescado bastante en esta tarde calurosa en Santiago. Tienes una forma de escribir que engatuza y te transporta. Gracias por compartir esto

Un beso.

Andro.*.

Anónimo dijo...

Hola Andro.
Siempre tienes palabras que endulzan. Gracias a ti por ellas.
Siempre s un placer leerte aquí y en lo tuyo.
Otro para ti.
Diego

Crestfallen dijo...

Qué contraste entre la primera parte del relato y la segunda: de lo que produce vacío a lo que colma el interior. Hay que saber ver lo que nos reconforta y sienta bien, lo que nos da vida :)