16/1/09

Ya todo es nada

La enfermedad se agarra al intestino y te lo pudre, te mata con un dolor insano. Pero esa putridez física no es nada comparada con el caos mental y su desorden emocional. El desastre es el final anunciado. Septiembre solía ser uno de sus meses nefandos y como no podía ser de otra manera este septiembre lo fue también. Los dolores le encogían por dentro, pero siempre trataba de superarlos con sus ganas de vivir y su creencia de que podía con todo. Incluso cuando ella le decía que si no llamaba al médico lo haría ella misma, sólo sonreía y le contestaba que sí. Sin embargo no cayó en la cuenta de que esta vez era peor. Como al principio, como la primera vez. No le dio importancia, no lo creyó. Y ahí empezó su calvario. El efecto en su cabeza fue inmediato, lo que acrecentó el dolor físico y esté su ansiedad. Ya nada era igual. Cualquier elemento externo hacía mella en él. Cualquier cosa que pasaba a su alrededor era distinta. No sabía discernir. Demasiadas vueltas. Demasiadas preguntas. Todo era una incógnita sin resolver. Todo estaba en contra de él. El círculo vicioso había comenzado y no tenía fin. Los sucesos se sucedían a una velocidad vertiginosa. Su compañera decidió irse. Necesitaba su espacio. No quería vivir su vida sino la de ella. Pero quería estar con él. Con él pero no al lado, siempre, de él. No lo comprendía. Eso le mataba y comenzó a buscar las razones en vez de entender lo simple del hecho. Buscó más allá de la literalidad y eso le ahogaba y le constreñía por dentro. No entendía nada. Pero ella siempre había actuado así. Pensaba las cosas importantes, las decisiones trascendentes que pensaba que sólo le atañían a ella y actuaba a impulsos no hablados. De repente anunciaba su decisión y él se quedaba desarmado. Pero nunca se ponía en contra. No quería perderla y ello le llevaba a la aceptación. Y aún así, sabiendo que el resultado final sería evidente, trató de superarlo y aceptar. Trató de cambiar el rumbo de las cosas buscando las razones que la habían llevado a aquella decisión y cambiarlas para que todo volviera al principio, al orden natural, donde sabía que existía la felicidad, donde estaban bien. Sin embargo el hecho inaudito aquel le trastornó en exceso e hizo que la enfermedad mordiese con más intensidad. Y la espiral de dolor físico, mental y espiritual no hacía sino girar con más rapidez. La ansiedad, el desconcierto, la duda estaban presentes. No sabía cómo actuar. Todo lo hacía mal. Todo lo que quería se le volvía en contra. Todo era pesar. Los detalles se agrandaban frente a la realidad total. Y el cúmulo, el final presentido, temido, hizo su aparición en medio de la frugalidad. Frases malentendidas. Actos sin maldad. Decisiones estúpidas. Todo confluyó en el frío de noviembre. El acto final. La enfermedad enseñoreada de su cuerpo, el espíritu roto por el miedo, la mente destrozada de tanto indagar y no encontrar. El dolor dueño de todo. La vida se le había ido por todos lados. Ya todo era nada. Triste final de una locura de hermosa intensidad. La vida vivida a golpes de querencias hundida en una acuosa nada. Tanto vivido, tanto amado para nada. Llanto y hundimiento. Ya sólo quedaba terminar. Físicamente postrado. Moralmente hundido. Espiritualmente muerto. Desechado. Un triste despojo de alguien que había sido. Incomprendido. Necesitado. Roto. Ya sólo quedaba esperar. Morir, o vivir la agonía intensa y eterna en una espera que conducía al vacío. A esa vacuidad en la que se encontraba y que no era sino una tristeza infinita regada de lágrimas que no querían surgir. Dolor de dentro y de fuera. Desaliento por el cúmulo de errores, por el fracaso que se negó a torcer por no saber ver a pesar de los esfuerzos hechos. A pesar de que sabía y que quería. Pero el tiempo es cruel. A veces no deja hacer. A veces se adelanta y te impide. Necesitaba más de él, pero la enfermedad fue su aliada y desató el clamor de la guerra interna que no supo ganar, que no supo esperar. Lo desposeyó. La enfermedad siempre lo había dominado. Victoria cruel. Y ahora ya, entre el recuerdo y el deseo de olvido, se nombran. Hay un espacio que arrasa y un tiempo que no es ya tiempo. Y el tiempo es necio pero no lo aplaca, quema. No hay respuestas al adiós. ¿Qué somos? Sólo hay delito para los que ignoran el corazón. ¿Y si eso era? Y es que no hay compasión para quien espera lo que no es, ocultándose la realidad, negándosela. ¿Siempre nos quedará Roma...? Ahora, si estás viniendo, ven, aun en sueños. Entra por los resquicios, derriba los muros, es el momento de desechar las dudas razonables. Es el momento de sentir. Este es el momento. El momento de los sueños. El momento del sueño. Eso se decía siempre que los ojos se le cerraban. Era sueño mortecino. Se acababa. Se desangraba por todos sus interiores. La muerte es lenta pero es. Ya todo es nada. Él no supo, la enfermedad le pudo, y ella temió y no supo o no pudo o no quiso ver... Las circunstancias siempre son las que son y a veces hacen que se tomen decisiones que trastocan todo el esplendor. Y así, entre ellos, el esplendor acabó en una huida de guerra perdida, acabada. Ningún vencedor. Sólo recuerdos, tristeza, vacío y agonía hasta la muerte final, anunciada, presentida desde aquel septiembre negro, en la cruel decisión.

2 comentarios:

Crestfallen dijo...

Lacrimosa y triste historia...
Habla de tres dolores: físico, mental y espiritual, todos interrelacionados, y qué cierto que al cuerpo lo corroe un interior marchito...

Nos seguimos leyendo (metáforas aparte jeje). Besos!

Anónimo dijo...

Hola Mireia.
Siempre ocrre eso. Y lo hace con una intensidad terrible.
Sí, seguimos así, leyéndonos.
Besos para ti también.
Diego