1/11/08

La muerte constante. II

Crescencia fue contratada tras el alumbramiento del primero de los vástagos de Don Medardo Hoyos Rubianes por su mujer Doña Marina de Villasante Jiménez, hija del héroe del bando nacional durante la Guerra Civil, Francisco de Villasante Olmos, aquel que, después de ser hecho prisionero por las hordas rojas (en su terminología ideológica y castrense), tras el cerco y posterior asalto en Santa María de la Cabeza, consiguió huir del tren que lo trasladaba a la capital de la provincia para ser fusilado, cosa de la que no estaba al tanto, pero que, por esas circunstancias propicias que suelen rodear a los héroes, fue avisado por un gitano que, ¡Oh diosa fortuna!, iba en el tren como fuerza de asalto y que había sido sacado de algún que otro apuro cuando, Olmos, como era conocido por el común, estaba destinado en el ignoto pueblo de Sierra Morena donde vivía el mentado calé, en calidad de Comandante de puesto. Título que no le venía por su graduación, pues no era sino un simple cabo, toda vez que se había insertado en el cuerpo de la Benemérita tras un altercado familiar con su madrastra, con la que su padre había contraído nuevas nupcias tras el fallecimiento de su madre, y que, según contaban las crónicas familiares, no era un dechado de virtudes, la madrastra, en sus relaciones con la prole que traía consigo el allegado, aunque sí poseía un amplio registro de virtudes amatorias, de ahí las prisas del padre para el casorio. Contaban las malas lenguas familiares que solía remolonear en la cama y que se levantaba tarde y mal, con gesto hosco y ceñudo, exigiendo las viandas para, tras dar cuenta de ellas, volver a la cama, donde a no mucho tardar se incorporaba el patriarca, para dar suelta a sus muchas y perentorias necesidades venéreas, y como la cara de satisfacción era notable y evidente tras el ágape amatorio, lógico es que permaneciese más atento a las necesidades y querencias de su dueña que a las de sus hijos. Necesidades carnales que pasaron a la mayoría de los miembros producto de su actividad genésica, sobre todo a los del sexo masculino, empezando por el héroe de la Batalla del Ebro, de Teruel y de tantas y tantas hazañas, unas militares y otras de orden disparejo, y pasando por el primogénito y por el primogénito de éste, y así hasta la generación presente; pero no solo pasó el gen victorioso a los primogénitos varones, también lo hizo, saltando a las mujeres, a los primogénitos de éstas, que no se sabe bien por qué casualidad, siempre fueron hombres....

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