9/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. El suelo.


La muerte viste de marrón el camino. Otoño. Lo engalana de tonos marrones y, salpicando, de pinceladas en rojo y amarillo. Las hojas me enseñan a morir, y no es más verdad que la verdad, pero la verdad es a veces de colores, y la muerte es bella si la sabes mirar, si la miras, si la aprehendes, pero sobretodo si la aprendes.
Cuando asciendes la montaña, se abre como una meretriz y te regala su sonrisa más abierta. Se viste con los atuendos más ampulosos, con los tonos más hermosos. Se te muestra. Otoño. El ojo es el que debe ver, y la mente interpretar, esa sinfonía. No hay sonido aparente. Apenas algunas gotas de agua que resbalan por las hojas del roble y del acebo, del abedul y del fresno… Las lágrimas de la nieve, derretidas por los rayos del sol de la mañana, que hieren… Gotas que apenas dicen. Gotas. El río a veces, que desliza entre las piedras y suena levemente. Cantiga antigua. Delicada. Y a veces el vuelo asustado de algún pájaro. Nada que rompa el encanto de lo sublime. Todo ayuda al silencio a estar más presente. Silencio total, absoluto, envolvente. Para ti. Para mirar. Para escuchar. Para sentir. Para ver. Te oyes a ti mismo. La respiración. El jadeo de la marcha. El andar. El sonido que haces cuando quiebras la nieve. Hay cierto placer en pisar la nieve virgen, y un sonido que te eleva y te lleva atrás. No hay más. Sólo queda oír lo que se te da. Lo que la vista te da. Lo que la montaña te da. Lo que hay en ti.
Y el regalo de las huellas. Las pezuñas hundidas en la nieve. Los rastros nítidos de los “dedos” y su avance, a veces lento, las más de las veces, a veces rápido, las menos; el arrastre de las patas al salir de la nieve honda. La constancia. Sus trochas. Sus caminos de ida y vuelta, sus vericuetos a veces sin sentido. Otras sí. Te marcan el camino. Es el camino. Nunca hay pérdida. A veces olvidamos lo que fuimos, lo que somos… y nos vamos. Sólo hay que seguirlos. Seguirlas. Ver. Aprender. Ser humilde. Andar. Y entonces todo se te entrega. El suelo es un regalo para el alma, la cuna de los sentidos. Y la muerte viste la vida de colores, y la vista cubre el alma de vida.
Saber vivir. Saber mirar.
Todo a mi alrededor es un regalo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Diego , soy Moisés , gracias por este texto tiens toda la razon del mundo. Siempre escribes lo que los ojos desean leer y emocionas el alma de cada uno de los lectores ya sean jóvenes o viejos , siempre tendras mi apoyo y seras un objetivo , un Dios al que aprecio y apreciare muchisimo , gracias de nuevo por escribir este texto tan bonito!
Un saludo ,
Moisés P.