15/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. Las gentes.

Personas hay pocas en el mar inmenso de estas montañas. Sus caras son únicas. Especiales. Tienen una mirada profunda. Tanto, que parecen ausentes. Sus ojos se posan en los tuyos y acompaña el tacto de la mirada con una ausencia total de sonrisa. Entro en un bar. Los precios son los de cualquier sitio, pero las personas son las de antes, las de aquí, no de otro sitio. No los he visto en ningún otro lado. Los cuerpos es posible, y aun así… Recias manos con gruesos dedos, cansadas de trabajar en el frío; poderosos brazos. Poderosos brazos en inmensos torsos, redondos, que muestran la razón de la ausencia de cuello, pues apenas algo de él emerge del cuerpo para soportar la cabeza. Hermosa en su desnudez, en su rareza. Cabezas de otros tiempos, de otros espacios. Los pelos sin peinar. Ralos en su mayoría. Muy cortos. Blanquecinos, provenientes del moreno. Despeinados. Parecen su seña de identidad. No hay estética. No se necesita. Todas las personas de mediana edad o más viejas. Sólo un niño al que mira una oronda abuela desde la esquina de una larga mesa del bar, a la entrada de la cocina, con el plato que le dio para comer. De pelo rizado y cabeza rechoncha, grande, hermosa. De risa fácil. Mejillas sonrosadas. Mirar tranquilo, de tiempo. Y un cuerpo que llena la silla y la desborda, con los generosos pechos como señal de partida o de llegada. En cualquier caso de buena crianza. El resto son albañiles que vienen al menú tras su jornal en el tajo que ofrece el gobierno para colocarlos. Limosna para gente que no tiene nada. Tampoco importa. Antes no tenían pero sacaban para ir tirando. Ahora tampoco, y el gobierno les da para ir tirando. De ahí, quizás, las miradas. O no. No.
Y se sientan delante del menú y charlan. Poco, pero hablan. En general miran el plato y en derredor. Comen la sopa como antes, empuñando la cuchara. No la cogen, la empuñan. Y sorben la sopa. Mientras sorben miran. Y te alcanzan con los ojos y se quedan. Te piensan, o sólo te miran. El de fuera, el extraño, el distinto.
Quizás no hay más. Quizás no les importas más que lo que eres. No hay más que la superficie. Cuesta entrar en ellos. Hablar cuesta. Te hablan, pero todo parece quedar ahí, en la superficie. Amabilidad. Facilidad. Buen trato. Pero es difícil entrar más allá, profundizar.
Sus caras me recuerdan los rostros de las gentes del medioevo. Los rostros que retrata Passolini en sus películas. Todos parecidos, todos diferentes. En todos los sentidos. Endogamia. De ahí quizás todo. O tampoco. El paisaje debe ayudar también. La montaña. La madre montaña que une y que separa, que dispersa y que atrae, que crea y que destruye. Endogamia. Montaña. Así son los Pirineos. Así es la montaña. Así son sus gentes. Gente de la montaña.

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